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Actualizado: 18 de mayo de 2025


Y el conde obedecía gustoso sus insinuaciones, se iba dejando dominar por el ascendiente de aquella mujer tan débil de cuerpo como fuerte de voluntad. Una noche en que llegó a casa de Quiñones cuando aún no había nadie, le dijo la dama bruscamente: ¿Quién le ha puesto a usted ese clavel en el ojal, Fernanda? El conde, sonriendo ruborizado, hizo signo afirmativo.

Su carne tal vez resultaba un poco blanda, á causa de su maravillosa blancura, pero esparcía un perfume fresco, «olía á agua corriente», según la expresión de sus admiradores. Una nariz demasiado ancha, cuyas aletas se agitaban en momentos de emoción con un estremecimiento caballuno, recordaba á su glorioso ascendiente el viril cosaco de la zarina.

Entre las muchas queridas pagadas que había tenido, ninguna adquirió tanto ascendiente sobre él como la que tenemos delante. Era ésta una joven de Málaga, llamada Amparo, que hacía tres o cuatro años vendía flores por los teatros y tenía su kiosco en Recoletos. Desde luego llamó la atención por su belleza y desenvoltura y se hizo popular entre los elegantes.

De pronto se vio envuelto en una luz roja y estalló sobre su cabeza un cañonazo, como si la costa acabase de partirse a impulsos de inmenso cataclismo. Ha caído cerca dijo Febrer refiriéndose a la exhalación. Su pensamiento, ocupado por el recuerdo de los Febrer, fue hacia su ascendiente el comendador don Príamo.

Al lado de la alcoba hay una piececita con un estante de libros y un piano; aquel es mi salón, y un poco más lejos otra pieza más grande en la que duerme doña Polidora. Le respondo a usted de que estoy bien guardada, pues la buena señora no me mima, furiosa como está por el ascendiente que voy tomando en la casa.

Raimundo la había rogado, y luego, prevalido del inmenso ascendiente que sobre ella tenía, la había prohibido que se ocupara en ningún menester. Pero ella, burlando su vigilancia, arrastrada de esa inclinación invencible que sienten las mujeres hacendosas hacia el trabajo, no abandonaba sus tareas.

El ascendiente de su patrón lo mantuvo en la vía recta, y con su temperamento laborioso no tuvo que esforzarse mucho para satisfacer por completo, con su conducta, a quien debía todo. Desde que el señor Aubry hubo apreciado la naturaleza leal y afectuosa del huérfano, no vaciló en admitirlo en su casa, para perfeccionar su educación moral.

Tal ascendiente tenía la señora de Santa Cruz sobre aquella alma sencilla y con fe tan ciega la respetaba y obedecía él, que si Barbarita le hubiera dicho: «Plácido, hazme el favor de tirarte por el balcón a la calle», el infeliz no habría vacilado un momento en hacerlo.

Palabra del Dia

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