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Actualizado: 18 de junio de 2025
El anciano Brenn, al borde de la peña, con su pipa negra entre los dientes, las mejillas arrugadas como una hoja de col pasada, la nariz redonda, el bigote gris, los párpados fláccidos, caídos sobre el ojo sanguinolento, y las largas mangas de su hopalanda, que descendían a ambos lados del cuerpo, el viejo Brenn miraba hacia los diferentes puntos de la montaña que Hullin le indicaba; y los otros dos, envueltos en sus amplias capas pardas, se adelantaban, retrocedían, se llevaban las manos a las cejas y parecían absortos por una atención profunda.
Ligeritas de ropa a pesar de la estación, revoloteaban alegremente por su cuarto, que ofrecía el desorden del despertar, en torno de las dos camitas de inmaculada blancura, que en sus arrugadas sábanas guardaban el calor de los cuerpos jóvenes y ese perfume de salud y de vida que exhalan las carnes sanas y virginales.
Todo á los ojos del viajero es salvaje y solemne. Allí se camina por el fondo de gargantas profundas, ó por encima de faldas muy arrugadas, que se van eslabonando en tortuosos giros, conduciendo al viandante de sorpresa en sorpresa.
Las ancianas, cobrizas y arrugadas, vistiendo trajes obscuros, suspiraban lastimeramente al ver la alegría de la gente moza. Febrer, luego de contemplar un buen rato a toda esta concurrencia, que apenas fijó en él una mirada distraída, fue a colocarse junto a Pep en un corro de payeses viejos.
El Magistral arrancó un botón de rosa; con miedo de ser visto; sintió placer de niño con el contacto fresco del rocío que cubría aquel huevecillo de rosal; como no olía a nada más que a juventud y frescura, los sentidos no aplacaban sus deseos, que eran ansias de morder, de gozar con el gusto, de escudriñar misterios naturales debajo de aquellas capas de raso.... El Magistral, perdiéndose por senderos cubiertos por los árboles, bajaba hacia Vetusta cantando entre dientes, y tiraba al alto el capullo que volvía a caer en su mano, dejando en cada salto una hoja por el aire; cuando el botón ya no tuvo más que las arrugadas e informes de dentro, don Fermín se lo metió en la boca y mordió con apetito extraño, con una voluptuosidad refinada de que él no se daba cuenta.
Palabra del Dia
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