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Actualizado: 9 de junio de 2025


Como Santorcaz era pobre, y yo más pobre todavía, nuestro viaje fué tan irregular, cual los que en antiguas novelas vemos descritos. No adoptamos sistemáticamente ninguna de las clases de incómodos vehículos conocidos en nuestra España; en varias ocasiones anduvimos en galera, otras en macho, si nos franqueaban sus caballerías los arrieros que tornaban a la Mancha de vacío, y las más veces a pie.

Los arrieros se levantaron inmediatamente y saludando al recién venido por el nombre de don Salvador, salieron a su encuentro. Nada de transportes; se dieron sencillamente la mano, a la manera gaucha, casi sin oprimirla, contentándose con un contacto fugitivo.

Era camino muy frecuentado por los arrieros, y la policía podía darle alcance. Ya que no tenía montura, lo acertado era tomar el camino más duro y abundante en peligros, pero que sólo frecuentan los de á pie.

Algunos compañeros de viaje, comerciantes, diputados, arrieros, sirvientes, cocineros, ministros, diplomáticos, etc.

Los arrieros moriscos dormían al borde de la carretera, junto a sus botijos, echados panza arriba, como asesinados. La ciudad de las herrumbradas murallas y poderosos torreones parecía hartarse de sol. Reinaba en torno un sosiego resplandeciente y adusto.

Procuraba mostrarse impasible, pero su rostro, tan pronto palidecía con la transparencia de la cera, como se arrebolaba con una oleada de sangre. El señor Fermín bajó la cuesta de la viña, yendo al encuentro de unos arrieros que pasaban por la carretera. Su aguda vista de campesino les reconocía desde lo alto.

Y en verdad que no parecía en toda la comarca mozo más fornido... Su padre, labrador rico de Lorío, lo había criado no con nabos y castañas, sino con sabrosos torreznos de jamón y cecina, con pan de escanda y buenos tragos de vino de Toro que los arrieros de Castilla acarrean por el puerto de San Isidro.

Durante los primeros días del viaje había tenido que pagar en algunos altos del camino, pues los habitantes de las chozas no eran simples pastores, como los del desierto, y se ayudaban para vivir dando posada á los arrieros. Le quedaba muy poco para hacer una limosna espléndida.

No diré que si usted bebe ese peleón que traen los arrieros de Toro, lleno de campeche y otras porquerías, no quede usted peor que antes; pero en tratándose del vino de Rueda legítimo y con diez años en la bodega, como el que tiene delante, diga usted que es una bendición del cielo, y que apaga la sed lo mismo que hace discurrir á un borrico... ¡Calle!... ¡pues si no le he traído copa para beberlo!... ¡Válate Dios... válate Dios... válate Dios!...

Después iban llegando los varones: pobres arrieros, curtidos por los vientos glaciales de la Cordillera que derriban á las mulas. Algunos, durante las grandes nevadas, habían quedado aislados meses enteros en una caverna lo mismo que los náufragos que se refugian en una isla desierta , teniendo que esperar la vuelta del buen tiempo, mientras á su lado morían los compañeros de hambre y de frío.

Palabra del Dia

cabalgaría

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