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Actualizado: 16 de mayo de 2025


Jaime, despojándose del sombrero para limpiarse el sudor de la frente, se refugió bajo las arcadas de un pequeño claustro que precedía a la iglesia. Allí experimentó la misma sensación de bienestar del árabe que se acoge a un solitario morabito tras la marcha por el arenal inflamado como un horno.

De tiempo en tiempo, Nucha volvía la cabeza atrás a ver si la seguía su acompañante, y el ademán de volverla revelaba alteración y zozobra. En la diestra columpiaba un manojo de llaves. Salieron al claustro superior, y por una escalerilla muy pendiente descendieron al inferior, cuyas arcadas eran de piedra.

Muchas veces se había detenido el marino ante su puerta, pero seguía adelante, desorientado por las chapas de metal que anunciaban las oficinas y escritorios instalados en sus diversos pisos. Vió un patio de arcadas, pavimentado con grandes losas, al que daban los balcones ventrudos en los cuatro lados interiores del palacio.

Me paré, y con los brazos en alto, hablando a las arcadas del claustro, a los árboles, al aire silencioso y frío que me envolvía: ¡Ti-Chin-Fú bramé, Ti-Chin-Fú, para aplacarte hice todo lo que era racional, generoso y lógico! ¿Estás, en fin, satisfecho, letrado venerable, , tu papagayo gentil, y tu panza artificial? ¡Háblame! ¡Háblame!

Al extremo del puente, en una planicie entre dos jardines, frente á las ochavadas torres que asomaban sobre la arboleda sus arcadas ojivales, sus barbacanas y la corona de sus almenas, se detuvo Batiste, pasándose las manos por el rostro.

Turbábala sólo algún perro sabio de los que, huyendo de la estricnina municipal, se pasean por allí sin quitar la vista del suelo. A veces el joven volvía al camino real y se dejaba ir un buen trecho hacia el Norte; pero no tenía ganas de ver gente y se echaba fuera, metiéndose otra vez por el campo hasta divisar las arcadas del acueducto del Lozoya.

La alta tiene un aspecto curioso y original, por sus calles de arcadas macizas, oscuras y pesadas, sus casas de estructura antigua, semi-feudales, y sus fuentes de historia secular, análogas á las de Neuchâtel.

Llegamos cerca de la Aduana, y don Ciriaco se detuvo delante de una casa grande, con miradores. Aquí es dijo. Entramos en un portal altísimo, enlosado de mármol. Lo cruzamos. Llamó el capitán; un criado abrió la cancela y nos pasó a un patio con el suelo también de mármol, el techo encristalado y las galerías con arcadas.

A espaldas de las cuadrillas sonó el trotar de dos caballos que venían por debajo de las arcadas exteriores de la plaza. Eran los alguaciles, con sus ferreruelos negros y sombreros de teja rematados por plumajes rojos y amarillos. Acababan de hacer el despejo del redondel, dejándolo limpio de curiosos, y venían a ponerse al frente de las cuadrillas, sirviéndolas de batidores.

La noche había cerrado. Bajo la luz de los faros eléctricos pasaban tranvías y automóviles hacia el interior de la ciudad. Siguiendo las arcadas de los antiguos edificios vecinos al puerto desfilaban grupos de trabajadores de los establecimientos marítimos. Barcelona, deslumbrante de resplandor, atraía á la muchedumbre.

Palabra del Dia

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