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El salon en que estamos ocupa todo el cuerpo del edificio, de Norte á Sur. Tiene balcones á la calle y al patio del Palacio Real, un patio que es todo un lindísimo paseo, con árboles, glorietas y fuentes, y cuya extension excede acaso á la de la Plaza Mayor de Madrid.

Pues está arriba en su cuarto y en cama, con una bala en el brazo. ¡Qué me dice usted! Lo que oye. Después de comer se le ocurrió ir a dar un paseo por el bosque, y a lo mejor divisó entre los árboles a tres hombres, uno de los cuales le apuntó con un fusil.

Esta es la vegetación en el Oriente. Las masas de hojas que incesantemente arremolinan á su pie la diversidad de árboles, plantas y arbustos, forman en muchos parajes de la isla gran abundancia de humus que se aprovecha convenientemente, por más que se preste á una explotación más viva y positiva que la que se le da en la actualidad.

El cielo se había obscurecido: ella miraba los vapores grises que subían por las cuestas de las montañas y envolvían la vegetación: miraba el lago gris y encrespado, que parecía de plomo; los árboles se doblegaban al impulso del viento, perdían sus primeras hojas. Yo la acompañaba mentalmente en su pensamiento elegíaco delante de la visión otoñal.

La luna plateaba las copas de los árboles y se reflejaba en la corriente de los arroyos, que parecían de un líquido luminoso y transparente, donde se formaban iris y cambiantes como en el ópalo. Entre la espesura de la arboleda cantaban los ruiseñores. Las yerbas y flores vertían más generoso perfume.

La casa está rodeada de árboles y a un cuarto de hora de la población más próxima. No aún con exactitud de cuántos pisos se compone; las habitaciones no están todas las unas encima de las otras; se diría que el segundo piso ha bajado hasta el nivel del suelo a causa de un temblor de tierra. Por un lado no hay que subir ni bajar escaleras; por el otro hay que descender con peligro de la cabeza.

Se le miraba como hermano de don Víctor. «De todas maneras, él estaría alerta». Y seguía velando por los árboles de don Víctor y por su honor «tal vez en peligro». Petra tampoco veía claro. Estaba desorientada.

A fines de febrero las nieblas se remontan, y se van, para que las montañas luzcan sus nuevos trajes, el vistoso atavío con que se engalanan, los árboles al advenimiento de la primavera, la cual se acerca precedida de arrasantes huracanados vientos, que se llevan las frondas caducas, siegan las ramas muertas, hinchan con su hálito vivífico yemas y brotes, y aceleran el desarrollo de los capullos.

Podría cortarse la pendiente en gradas horizontales donde tendrían que detenerse las capas de nieve como en los peldaños de una gigantesca escalera; también podrían sustituirse los troncos de los árboles con hileras de estacas de hierro y empalizadas que evitaran el resbalar de las masas superiores.

Vagaba á la sombra de los árboles, resbalando sobre el fresco césped, cuando vió que se acercaba una pastora, guiando dos docenas de ovejas con alguno que otro cordero, y un perro que le servía de custodia y compañía. La pastora se ocupaba, andando, en tejer una corona de flores que traía en la falda, y era tanta su hermosura, donaire y elegancia, que la pluma se quedó absorta.