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Actualizado: 12 de junio de 2025


Con todo, Antoñico tenía un grave defecto: le gustaban demasiado las mujeres. Quizá digan ustedes que este defecto no es grave: en cualquier otro hombre, convengo en ello, pero en Antoñico, un funcionario dramático de tal importancia, era un pecado mortal.

Á me parece que debes ir... Á pesar de todo le has querido: él te ha querido también y probablemente te sigue queriendo... Sería crueldad, por tu parte, el no decirle adiós. Está bien, iré aunque me cueste trabajo. Hubo una pausa. Uceda preguntó al cabo con afectada ligereza: ¿Y Antoñico? Turbóse Soledad al escuchar la pregunta y exclamó con ímpetu: ¡No me hables de ese charrán!

Las aguas, ondeando suavemente, tomaban reflejos de oro. A intervalos sonaba cada vez más lejos el grito desesperado de aquella pobre mujer, desgreñada y loca, que las amigas empujaban a casa. ¡Antoñico! ¡Hijo mío!

La muchacha, que no había entrado hasta entonces en la región de los bastidores, estaba maravillada y contenta al verse entre aquel bullicio, y pronto fue una necesidad el pasarse tres o cuatro horas todas las noches vagando por las cajas y por los cuartos de las actrices con quienes simpatizó en seguida. Antoñico, al verla por primera vez, se relamió como el tigre cuando atisba la presa.

¡Ay, Señor!... ¡Ha muerto! ¡Mi Antoñico se ha ahogado! ¡Está en el mar! , mujer dijo el marido lentamente con torpeza, balbuceando y como si le ahogaran las lágrimas . Somos muy desgraciados. El chico ha muerto; está donde su abuelo; donde estaré yo cualquier día. Del mar comemos y el mar ha de tragarnos... ¡Qué remedio! No todos nacen para obispos. Pero su mujer no le oía.

A los pocos momentos volvió á entrar seguido de Joselillo, su criadito, quien soportaba una gran batea con cañas de manzanilla y algunos platos con rajas de queso, peje-reyes y camarones. Esta convidada va por , señores. dijo con su gravedad habitual. Á tu salud y á la de la flamenca que está ahí fuera respondió Antoñico en voz alta y apurando una caña.

La conversación fué mucho tiempo indiferente y penosa. No se atrevía á comenzar; estaba distraído, no decía cosa ordenada. Soledad, que tal vez sospechaba algo, se mostraba más grave que de ordinario y más parca de palabras. Mas por fin, y tomando pie de los frecuentes paseos que la joven daba por el Perejil, se atrevió á decir: Te veo casi siempre acompañada de Antoñico.

Velázquez alzó los hombros y le respondió con el mismo desenfado. El vino hizo al cabo su tarea. Poco á poco los rostros se fueron animando y las lenguas se desataron, produciendo un gracioso oleaje de chistes y agudezas. Quien hizo mayor gasto, como siempre, fué Antoñico. Estaba más flaco que antes y descolorido; apenas comía. Sus amigos le embromaban por esta falta de apetito.

El malestar y la tristeza de Velázquez iban creciendo. En cuanto Antoñico ponía el pie en la tienda quedaba silencioso y sombrío que daba grima mirarle.

Los demás, que no le habían visto, levantaron la cabeza sorprendidos y saludaron. ¿ por aquí á estas horas, gachó? ¿Qué milagro es éste? dijo Antoñico con intención burlona y malévola que hizo dar un vuelco á la sangre del guapo. ¡Con qué placer le hubiera estampado la botella en la cara!

Palabra del Dia

rigoleto

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