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Actualizado: 23 de junio de 2025


Sofocado y anheloso, el pobre diablo hubiera querido echarse a los pies de su jefe, pero no era aquel el momento, y, sin más tardanzas ni protestas ociosas, le cogió en sus vigorosos brazos y se le llevó corriendo hasta el Blockhaus, al que llegó jadeando y no sin sufrir una descarga general. Carlos estaba salvado. Ragasse domado.

Después... un pecho anheloso sirviendo de almohada palpitante a un rostro agradecido, y, por fin, el resplandor del alba que, como virgen pálida y envidiosa, llamaba temblando en los vidrios del balcón para decir a los felices amantes: «¡BastaMas no todo lo que Cristeta sentía era deliciosamente impuro, no; que junto a la involuntaria tentación del deseo también bullían en su alma ideas ajenas al placer.

Pasaba sin querer detenerse, contemplando con lástima a los que penetraban en el sitio maldito, viejos y jóvenes, espoleados todos por la misma idea de crear fortuna sobre base de arena; mirábales al rostro y sorprendíale la palidez intensa, la mirada inquieta, el respirar anheloso, de los que corren tras una quimera, como tras la mariposa un niño, y a intervalos, ya ponen sobre ella la mano, como la retiran desengañados, se agitan, se revuelven y consumen en estériles esfuerzos.

Y se fue, zarandeando el farol en una mano y requiriendo con la otra el abrigo que se le deslizaba de los hombros; pero tosiendo mucho y muy anheloso de respiración. Aquel cuerpo caduco y herido de muerte ya, no podía resistir sin grandes quebrantos y protestas los ajetreos en que le empeñaba la vivacidad del espíritu encerrado en él.

Ya del carro de la vida Los corceles fatigados Caen al suelo postrados Con anheloso estertor; Y ya el genio de la muerte Gira en torno á mi cabeza, Cual ave que de su presa Va volando en derredor. Como el náufrago se abraza De las astillas flotantes, De las horas vacilantes Me abrazo con ansiedad; Pero en vano, que la urna De mis años, agotada, Sobre el abismo inclinada Se , de la eternidad.

»¡Y sin embargo, pudiendo reemplazar con creces su afecto, está usted tan triste!... ¡Pobre Antoñita! Comprendo lo que le pasa, conozco bien su mal. La devora el amor; su espíritu, queriendo desplegar la actividad que hasta hoy se mantuvo en él latente, se revuelve y se agita anheloso de tomar parte en las grandiosas luchas pasionales.

Bajó, volvió a subir, y en aquel viaje anheloso, semejante al de la liebre perseguida, vio morir al Hermano Sancho, el que acompañaba a Gracián en sus paseos y excursiones, y al Hermano coadjutor Ostolazo, que pereció en el patio y fue arrastrado a la calle por las mujeres. El pánico horrible redoblaba las fuerzas del macarrónico para correr.

Palabra del Dia

rigoleto

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