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Todo español era soldado. Las continuas algaradas, cabalgadas y rebatos en los límites de los reinos musulmanes y cristianos obligaban al labriego a arar la tierra con las armas prontas. Una operación agrícola costaba muchas veces una batalla. El árabe le enseñó a cabalgar en corceles indómitos; la tradición del país, que databa de los auxiliares de Aníbal, hacía de él un peón infatigable.

Muy sencillo, de esta manera Tiene V. razon, era tan fácil y no habíamos sabido dar en ello. Está Aníbal á la víspera de un combate naval, da sus disposiciones, y entre tanto vuelven á bordo algunos soldados que llevan un gran número de vasos de barro bien tapados, cuyo contenido conocen muy pocos.

Puede decirse que es una casa en miniatura, un pequeño modelo de vivienda construido por un artista enamorado del estilo de renacimiento, que bien merecía ser copiado por el inteligente y entusiasta arquitecto de esta ciudad don Aníbal González, restaurador de las buenas tradiciones del genuino arte sevillano.

Salimos al fin de la población por la puerta llamada de Aníbal, bajando una pendientísima cuesta hasta llegar al famoso Puente Romano. ¡Cartago! ¡Roma!..... ¡Todas las grandezas históricas van unidas á la de Salamanca! El Tormes sabe tanto de mundo como el Tíber.

¿Cuatro años? ¡Pero si entonces no conocía yo a Magdalena! ¿Recuerda usted, amigo mío, el día que le sorprendí llorando las desventuras de Aníbal? Pues bien, al principio me sorprendí, no pudiendo admitir que una composición de colegio pudiera conmover a nadie de aquel modo. Después razoné que nada tenía que ver con Aníbal su emoción.

Introdúcese el desórden, Aníbal maniobra con destreza y la victoria se decide en su favor. Ciertamente que nadie ignoraba que era posible recoger muchas víboras, y encerrarlas en vasos de barro, y tirarlos á las naves enemigas; pero la ocurrencia solo la tuvo el astuto cartagines.

Puede usted hacer algo mucho mejor, aunque este escrito le colocaría a usted en un buen rango de cualquier clase de cierta importancia. Aníbal experimentó demasiada pesadumbre; no tuvo bastante confianza en el pueblo que le esperaba en armas al otro lado del mar. Adivinaba el contraste de Zama me dirá usted. Pero su derrota no se debió a su impericia.

Y en los brazos de estas Venus de plateados cabellos siguió recogiendo el merecido premio a su prudencia y bravura. Como el cartaginés Aníbal, Patiño sabía variar en cada ocasión de táctica, según la condición y temperamento del enemigo. Con ciertas plazas convenía el rigor, desplegar aparato de fuerza. En otras era necesario entrar solapadamente sin hacer ruido.

Cuando Agustín bajó a la terraza hallome llorando. ¿Qué tiene usted? me dijo. ¿Es Aníbal quien le hace llorar? Por toda respuesta le presenté las páginas que había escrito.

La multitud les victoreaba, por la sencilla razón de que se divertía; ellos, con los aplausos, se creían no menos dignos de admiración que las huestes de César o Aníbal; y por fortuna nuestra, desde el Puerto de Santa María, donde estaban los franceses, no podía verse ni con telescopio semejante fiesta, que si la vieran, de buena gana habrían hecho más ruido las risas que los cañones.