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Actualizado: 16 de junio de 2025
Supongamos que Ana consentía en hablar con don Álvaro a solas, ¿dónde podía ser? ¿En casa del Regente? Imposible, pensaba el seductor; esto ya sería una traición formal, de las que asustan más a las mujeres; semejantes enredos no podía admitirlos la Regenta: por lo menos al principio.
Mataron al Capitán Golfín y algunos soldados; á Moroto, Sargento mayor del tercio de Nápoles, tomaron en prisión. Antes que la gente acabase de entrar en el fuerte era ya día claro, y yendo á ver si había entrado por algún caballero ó si estaría en su tienda Don Alvaro, llegó el Capitán Pedro Nicardo y dijo que lo dejaba en las galeras.
Al entrar en el Casino se había dicho: «¿Se acercará don Álvaro a saludarme?». Y había sentido miedo y estuvo tentada a fingirse enferma para volver a casa. Pero aquella idea pasó. Álvaro no acababa de parecer por allí. La Marquesa hablaba como una cotorra.
Sábese con toda evidencia que la lengua usada en la liturgia mozárabe era la latina, y que es exagerada la aserción del obispo Álvaro de Córdoba en su Indiculo luminoso, muchas veces citado, de que en el siglo IX fué el árabe el idioma casi exclusivo usado en toda España.
Don Álvaro habló de amor disimuladamente, con una melancolía bonachona, familiar, con una pasión dulce, suave, insinuante.... Recordó mil incidentes sin importancia ostensible que Ana recordaba también. Ella no hablaba pero oía.
D. Alvaro, hizo parlamento á todos los capitanes, esforzándolos y dando orden cómo se habían de hacer las guardias, y fué de esta manera.
Y Álvaro me contestó muy triste, ya sabes qué cara pone cuando habla así, me contestó: «Pche... para amoríos basta el verano. El invierno es para el amor verdadero. Además, la ministra, como tú la llamas, a pesar de todos sus encantos no consiguió lo que yo quería... hacerme olvidar... lo que no te importa. Y después de suspirar como tú sabes que él suspira, añadió Álvaro: ¿Dejar a Vetusta?
Excúsase D. Alvaro con decir que lo dejó, temiéndose de los moros de la isla no cargasen sobre nosotros al retirar, no sucediendo bien la salida, y los turcos por la otra parte, de manera que no pudiésemos resistir á todos.
Tal maña se daban Glocester y don Custodio y otros señores del cabildo, algunos empleados de la curia eclesiástica, y entre el elemento lego Foja y don Álvaro; este por debajo de cuerda y conteniéndose en lo que se refería a la simonía y despotismo que se achacaba al Provisor. En el Casino tampoco se hablaba de otra cosa.
De la cuestión personal, esto es, de los pecados de Ana, se había hablado poco; el Magistral generalizaba en seguida. «No tenía datos, necesitaba conocer la mujer». Al recordar esto sintió la Regenta escrúpulos. ¡Le había dado la absolución y ella no había dicho nada de su inclinación a don Álvaro! «Sí, inclinación. Ahora que consideraba vencido aquel impulso pecaminoso, quería mirarlo de frente.
Palabra del Dia
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