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Actualizado: 20 de mayo de 2025


Cinco, diez, trece dijo su madre, que iba contando , trece días te quedan aún que vivir, ¡ya lo oyes! ¡y quiera Teus enviarte a nuestra costa, con el cuerpo lívido y frío, rodeado de algas, los ojos sombríos y abiertos, la boca llena de espumarajos y la lengua apresada entre los dientes! ¡Trece días... y tu alma para Teus! ¡Pero ella, ella! dijo Kernok, jadeante, presa de un delirio atroz.

La fábrica de productos químicos languidecía; lo de sacarles a las algas sustancia se había abandonado casi por completo; en teoría, el negocio era infalible; en la práctica, una calamidad. No se abandonaba por completo por tesón.

Conservaba su abundante y ondulado cabello el tinte dorado metálico de antes; su color, de extraña delicadeza como el de una flor, y sus ojos, castaños del color de algas marinas en aguas profundas. No era, pues, su belleza la que le desilusionaba. Carolina se encontraba, por su parte, como violenta, sin ser tan impresionable como él.

Ferragut buscó en el suelo de los estanques los llamados peces de fondo, bestias aplanadas que pasaban la mayor parte del tiempo hundidas en la arena bajo un sudario de algas.

Por ventura las corrientes suelen enredarlos en los mares de sargazo. Los buques se detienen, por fin, aquí o allá, inmóviles para siempre en ese desierto de algas. Así, hasta que poco a poco se van deshaciendo. Pero otros llegan cada día, ocupan su lugar en silencio, de modo que el tranquilo y lúgubre puerto, siempre está frecuentado.

También la parecía imposible, como lo de las algas, que Minghetti estuviera tan enamorado como le juraba; porque aunque estaba persuadida de que ella había mejorado mucho, y de que su otoño era muy interesante, y su jamón suculento y en dulce, al fin él era mucho más joven, y ella... ella estaba, indudablemente, algo fatigada.

Y los que no volvían estaban en el fondo del Atlántico encerrados en el ataúd de su carabela, que se petrificaba lentamente cubriéndose de moluscos, mientras en sus rotos mástiles ondeaban como verdes gallardetes las algas de la profundidad.

En el combate del mar con la tierra, en unas partes el mar roe la costa, transformándola en acantilado, haciéndola desmoronarse; en otras, por el contrario, la tierra avanza; la arena se convierte en duna; la duna se defiende con sus hierbas, con sus algas; resiste el empuje del mar, se consolida y se afianza como terreno fuerte.

Los zapatos pesaban como si fuesen de plomo: ¡malditos! ¡la primera vez que los usaba! La gorra le martirizaba las sienes; los pantalones tiraban de él como si llegasen hasta el fondo del mar y fuesen barriendo las algas. Calma, Juanillo, calma. Y arrojó la gorra, lamentando no poder hacer lo mismo con los zapatos.

Se había sentado á descansar en las rocas negras con faldellines de algas que asoman su cabeza ó la hunden, al capricho de la ola, esperando la noche y el buque ciego que venga á romperse como una cáscara.

Palabra del Dia

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