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Ocurriósele, para eternizar la memoria de aquel baile famoso, para grabar el recuerdo de aquellos trajes lujosísimos, para no separar nunca de su reina aquella aristocrática cuadrilla japonesa, reclutada por él mismo en los salones del Veloz-Club, prolongar la mascarada, transformándola en una especie de guardia de honor que sirviese y acompanase a Currita por todas partes, llevando alguna particular contraseña que la diferenciase del resto de los mortales.

¡Oh, Alicia!... El príncipe lanzó esta exclamación con tono desesperado. Su presentimiento pasaba á ser una realidad; veía ya á aquel jovenzuelo moribundo poseyendo lo que él no había podido alcanzar. Sus ojos reflejaron una cólera homicida. Esta expresión hostil molestó á Alicia, transformándola en otra mujer.

Ni se contenta el demonio con sólo hacerse adorar de esta gente usurpando la adoración y culto que se debe al verdadero Dios, sino por escarnio é injuria de la Iglesia de Cristo, ha querido en este rincón último del mundo remedarla, transformándola en un ser monstruoso, convirtiendo los misterios en fábulas, los sacramentos en supersticiones, las ceremonias en sacrilegios.

Había tratado de forjarse una especie de ilusión, exponiendo al público el espectáculo de una conciencia culpable, pero consiguió solamente recargarse con un nuevo pecado, y agregar una nueva vergüenza á la antigua, sin obtener siquiera el momentáneo consuelo de engañarse á mismo. Había hablado la pura verdad, transformándola sin embargo en la falsedad más completa.

Seguramente algunos hombres sin imaginación y de mediano talento, que se dedicaron á la poesía dramática por vanidad y deseo de lucro, no por verdadera vocación, aumentaron el número de estos poetas españoles; cierto es también que los más distinguidos sacrificaron con frecuencia su fama póstuma por obtener aplausos pasajeros de la muchedumbre, y rebajaron, por su precipitación en escribir, el noble arte de la poesía, transformándola en baja industria.

En el combate del mar con la tierra, en unas partes el mar roe la costa, transformándola en acantilado, haciéndola desmoronarse; en otras, por el contrario, la tierra avanza; la arena se convierte en duna; la duna se defiende con sus hierbas, con sus algas; resiste el empuje del mar, se consolida y se afianza como terreno fuerte.

Toda la inocencia de sus ojos, toda la pureza de sus contornos virginales se borraba bajo el poder de aquella llama maliciosa y lasciva, transformándola en un ser distinto, fiero y voluptuoso al mismo tiempo, bien lejano por cierto del verdadero. Ricardo lo comprendió y le dijo: No; este color no te conviene... Vente a este otro... Y la puso debajo de un rayo de luz verde.