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Actualizado: 3 de julio de 2025


De mediana estatura, delgado, nervioso, su cabeza ocupaba casi una tercera parte de su cuerpo; quebrado el color, rayando en bilioso, un mechon de alborotados cabellos negros adornaba su despejada frente y entonaba la dureza de líneas de aquella nariz aguileña, de aquellas cejas desiguales que daban sombra á unos ojos en que la impaciencia, la sutilidad y la astucia eran tres amigas que contínuamente caminaban del brazo. ¿No le conoces, lector? ¿No le has visto salir á escena estas noches?

Una mujer oprimía su brazo tirando de él, y Gallardo se dejaba llevar, sin verla siquiera, con el pensamiento lejos, muy lejos. Una hora después volvió al comedor. Su compañera, con los pelos alborotados y los ojos brillantes y hostiles, hablaba a las amigas.

Por lo demás, si hay algo de cierto en el mordaz proverbio que dice: Al andaluz hacedle la cruz, y al cordobés de manos y pies, bien puede afirmarse que no reza con las mujeres; antes son víctimas las pobrecitas de lo levantiscos, alborotados y amigos de correrla que son generalmente los maridos. Si el marido es mozo y alegre, suele pasar meses enteros lejos del techo conyugal.

El reino sin fuerzas: el comercio sin brazos: la agricultura sin vigor: los judíos riquisimos i sin comunicar con ninguno sus riquezas: el pueblo miserable: la corona sin haberes: ardiendo España en tumultos contra la persona del rei Enrique: alborotados los ánimos con la presente miseria i buscando en la ruina de este monarca la causa i el modo de remediar todos los males que á todos afligian tan pesadamente; los cuales nacieron de los inconsiderados medios de que se sirvieron tan contra razon i justicia los monarcas i pueblos para convertir al cristianismo á los muchos judíos que en estas tierras moraban.

En fin, otro día, al anochecer, descubrieron la gran ciudad del Toboso, con cuya vista se le alegraron los espíritus a don Quijote y se le entristecieron a Sancho, porque no sabía la casa de Dulcinea, ni en su vida la había visto, como no la había visto su señor; de modo que el uno por verla, y el otro por no haberla visto, estaban alborotados, y no imaginaba Sancho qué había de hacer cuando su dueño le enviase al Toboso.

Y he aquí a mi hombre paseándose por Madrid con las manos en los bolsillos, o viendo correr tontamente las horas en este y el otro café, hablando de la situación ¡siempre de la situación, de la guerra y de lo infames, indecentes y mamarrachos que son los políticos españoles! ¡Duro en ellos! Así se desahogan los espíritus alborotados y tempestuosos.

La víspera del día en que debía llegar D. Jaime, todos estaban alborotados en el lugar con la gran fiesta de la recepción que iba a haber. Hasta doña Manolita estaba más alegre que lo de costumbre y muy parlanchina. En la tertulia diaria sólo asistían ella, doña Luz y el Padre, porque los demás andaban aún ocupados en los preparativos de la fiesta, o descansando del ajetreo de aquel día.

Palabra del Dia

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