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Actualizado: 4 de julio de 2025
Se nombró redactor en jefe a Sinforoso Suárez, con un sueldo de veinticinco duros mensuales, y administrador al hijo primero de don Rufo. Faltaba el papel. Se había telegrafiado a Madrid pidiendo una remesa, y no acababa de llegar. La impaciencia de Belinchón era grande. Telegramas iban y venían por los alambres eléctricos.
No había que apurarse, pues para todo hay remedio. Y el albañil, en presencia de Feli, habló de Pepín, del famoso Barrabás, que iba a ser motivo de su muerte. Estaba en la Cárcel Modelo. Tres días antes lo habían cogido con otros golfos, por un robo de bronces y alambres en una fábrica de Vallecas.
Pero en último caso, si tan irritado estás, si tan ciego te ves, si no puedes atender a razones, ni a tu conciencia que bien claro te habla; llama, sube, alborota, quema la casa.... O no hagas tanto, que bastará con que la espantes con tu noticia para que Ana caiga de espaldas y le estalle dentro una de esas cosas en que tú no crees, pero que son para la vida como los alambres para el telégrafo.
Por todas partes, sin exceptuar un palmo de tierra, todo está cultivado: los alambres telegráficos no se pierden jamas de vista: estas dos consideraciones hablan muy alto, son las que me llamaron sin tregua la atencion: las quisiera encontrar en toda España.
Bocas de minas que fluían la codiciada hulla manchando de negro los prados vecinos; alambres, terraplenes, vagonetas, lavaderos; el río corriendo agua sucia; los castañares talados; fraguas que vomitaban mucho humo espeso esperando que pronto las sustituirían grandes fábricas que vomitarían humo más espeso todavía.
Por su delgadez parecía montado en alambres; tan rubio, que casi daba en albino; el cuello largo como el de las girafas, y con una nuez... Miguel no había visto jamás nuez tan desmesurada: de todo el individuo era lo que preferentemente llamaba su atención. Vino el mozo con el servicio y los cigarros. Utrilla, que así se llamaba el cadete, se empeñaba en que Miguel escogiese uno.
El pez muda poco y con lentitud, lo mismo que el hombre y los grandes animales, economizando, amontonando la vida, creándose el tesoro de un poderoso sistema nervioso dotado de innumerables alambres eléctricos que resuenan en la espina y el cerebro.
Alrededor de su boca, que no era más que una hendidura, y encima de sus quijadas, que no eran otra cosa que un armazón, crecía un vello tenaz, los fuertes retoños blancos de su barba que, afeitada semanalmente en cuarenta años, despuntaban rígidos y brillantes como alambres de plata. Hacían más singular el aspecto de esta cara dos enormes orejas extendidas, colgantes y transparentes.
Los tibios rayos de la luna penetraban horizontalmente por las altas ventanas ogivales, quebrándose en las rejas de alambres y proyectando sobre el inmenso órgano y los arcos, relieves y concavidades de las naves un juego magnífico de sombras irregulares y cintas de luz pálida y suave.
Alzaba del suelo poco más de tres cuartas, y su edad apenas pasaba de los siete años. Tenía la piel curtida del sol y del aire, y una carilla avejentada que más bien le hacía parecer enano que niño. Sus ojos eran negros y vividores, con grandes pestañas como alambres y resplandor de pillería.
Palabra del Dia
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