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Actualizado: 6 de junio de 2025


Por esto el alabarse á mismo es gradísima necedad, porque como cada uno se estima tanto, creen los demas que se alaba por amor propio, y por la estimacion que se tiene, y no con justicia; y como el que se alaba irrita al amor propio de los demas, él mismo hace que los que escuchan las alabanzas, las miren con tedio, como opuestas á su grandeza, y así estan menos dispuestos á creerlas.

Por desgracia, nada de esto puede alabarse en Montalbán. Apreciaba, según parece, el mérito de su gran maestro más por la cantidad que por la calidad de sus obras, juzgando que para alcanzar, siquiera aproximadamente, su fama poética, había de rivalizar con él en la velocidad del trabajo.

Ningún país, durante los largos siglos de tiranía masculina, pudo alabarse como nosotras da no haber tenido en cincuenta años un solo gobernante ó un solo empleado que fuese ladrón. Todo lo dirigen las mujeres: las escuelas, las fábricas, los campos, los buques, las máquinas de locomoción terrestres y voladoras, y la vida es más dulce, más pacífica que antes.

Los que van con él son el Marqués de Almenara, el más bizarro, galán y bien visto de la Corte, hijo del gran Marqués de Orani, el Almirante de Aragón, perfecto caballero, el Marqués de San Román, caballero de veras, heredero del gran Marqués de Velada, rayo de Orán, de Holanda y Gelanda, y su hermano el Marqués de Salinas, que iguala el alma con el cuerpo, copias vivas de tan gran padre, y don Iñigo Hurtado de Mendoza, primo del Duque del Infantado, grandes caballeros todos y señores, que ellos solos pueden alabarse a ellos mismos con decir quién son; que todas lenguas de la Fama no bastan.

En ese momento, el hermoso Martholl se dedicaba a los representantes de la colonia inglesa. Con ellos se mostraba familiar, haciendo profesión de menospreciar a sus compatriotas, y afectaba una anglomanía exagerada. Nada le parecía bueno, ni chic, si no procedía de Londres; a cada instante, en la conversación, encontraba medio de alabarse de sus relaciones del otro lado del estrecho.

La vanidad hacía a Ramoncito no sólo torpe, porque es regla bien sabida que cuando se galantea a una mujer no debe alabarse con demasiado calor a otra, sino un tantico atrevido dirigiéndose a niñas. Estas se miraban sonrientes, brillándoles los ojos con fuego malicioso y burlón que el joven concejal no observaba. Y diga usted Ramón, ¿no se ha declarado usted a ella? le preguntó Pacita.

"¿Es vuestra merced acaso?" le dije yo . Y él me respondió: "¿Pues qué otro? ¿No ve la mella que tengo en los dientes? No tratemos de esto, que parece mal alabarse el hombre." Yendo en estas razones, topamos en un borrico un ermitaño con una barba tan larga, que hacía lodos con ella, macilento y vestido de paño pardo.

Tarde, Leonor, me avisaste; 1480 No porque pueda alabarse Del más mínimo favor, Sino por tenerle amor, Que no es fácil de olvidarse. Necia fuí en imaginar 1485 Que un don Juan tan entonado Para estaba guardado. Un hombre te quiero dar Compañero de otro mío, Bravo, pero no cruel, 1490 Que puede ser, Isabel, De cuantas profesan brío.

Palabra del Dia

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