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Era esta mujer capaz de comer suela de zapato a trueque de ahorrar un maravedí, y no ajena a su conversión una libra esterlina, o doblón de a cinco, que para el caso es igual. Si lo cobró y pudo coserlo en una media con otras economías anteriores, amargolo aquellos días en forma.

Así nosotros, en mejores días, cuando tuvimos mayor fe en lo que valemos, trajimos del cielo á Santiago y, montado en un caballo blanco, le hicimos matar moros é indios, cosa harto ajena de su profesión y ejercicio durante su vida mortal.

Marcial no cabía en de gozo, y mi amo, que al principio manifestó su alborozo casi con menos gravedad que yo, se entristeció bastante cuando dejó de ver el pueblo. De cuando en cuando decía: «¡Y ella tan ajena a esto! ¡Qué dirá cuando llegue a casa y no nos encuentre!

Pudo haberse concluido antes, pero lo estorbaron dos causas: la primera, que don Luis, cayendo en la cuenta de que podía escribir al distrito por mano ajena, ni más ni menos que un ministro, empleó a Pepe como amanuense; y la segunda, que las conversaciones de éste con Paz fueron adquiriendo mayor desarrollo y duración cada día.

¡Cáspita!, de la epidermis ajena a la propia.... Con todo, no seamos escépticos, hombre. Allí tiene usted a aquel otro... al del bigote negro... el que está a la izquierda del Patriarca.

Los compañeros de Rafael escuchaban con tanta atención como éste. Les agitaba la malsana curiosidad de las pequeñas poblaciones donde el ahondar de la vida ajena es el más vivo de los placeres. Y ahora viene lo bueno continuó don Andrés, El loco del doctor tenía dos santos: Castelar y Beethoven, cuyos retratos figuraban en todas las habitaciones de su casa, hasta en el granero.

Los buenos habitantes de Lima se encerraban en casita a las diez de la noche, después de apagar el farol de la puerta, y la población quedaba sumergida en plena tiniebla, con gran contentamiento de gatos y lechuzas, de los devotos de la hacienda ajena y de la gente dada a amorosas empresas.

Poesías de la mayor parte de los poetas nombrados aquí y en las páginas siguientes, se insertan en el libro El Prado de Valencia, compuesto por D. Gaspar Mercader: Valencia, 1601. Parece errónea la opinión de los que consideran como una sola persona á Luis Ferrer y á Ricardo de Turia. Letras, loas y entremeses Buscará de mano ajena, Porque la propia de todos Como propia se condena.

Dormía descuidada, tranquila, segura de misma, y tan ajena de la pasión del cura como de la perfidia de su madre. La salud y la pureza parecían haberse hermanado para formar aquella figura hermosa, impregnada de gracia natural y espontánea. Semejaba la bacante virgen de los bosques antiguos traída de pronto por ensalmo al centro de la vida moderna.

Este género de imposición y fiscalización, aunque tan disculpable, irritó a don Pedro, que según decía, no aguantaba ancas ni gustaba de ser manejado por nadie en el mundo. Por lo mismo declaró un día delante de su mujer vamos a tomar soleta pronto. A nadie me trae y lleva desde que pasé de chiquillo. Si callo a veces, es porque estoy en casa ajena. Estar en casa ajena le exaltaba.