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Dícese que cerca de Gallur los franceses han sido derrotados por Palafox, dejando en el campo de batalla 12.000 muertos y un número infinito de heridos. Los españoles les tomaron 48 cañones y 12 águilas.» ¡Hombre, magnífica victoria! exclamó el diplomático . ¿Pero qué dice aquí? ¡Oh, ésta que es gorda!: «Reus, 8 de junio.

Después de saludar cortésmente al desterrado de Cantillana, y sostener con esfuerzo y coraje una lucha empeñadísima con más de veinte ganapanes que trataban de arrebatarme la maleta, tomé un coche y di al cochero las señas de una casa de huéspedes situada en la calle de las Águilas, que mi sabio patrón de Marmolejo me había recomendado.

A la vez que se quitaba los guantes, y cual pudiera hacerlo un rey generoso, felicitó a Ramiro, relacionando su acción con las grandes cosas que hicieron los Aguilas, los Hoces, los Arias, los Alcántaras, en servicio de Dios y del reino; y, de tiempo en tiempo, mesándose el encrespado copete, dirigía hacia la madre una mirada sospechosa y fugaz.

En lo más alto del frontispicio había en vez de un escudo, que el señor Páez no tenía, un gran semicírculo de jaspe negro y en medio, en letras de oro, esta elocuente leyenda: 1868, que no indicaba más que la fecha de la construcción ciclópea. En las esquinas del terrado de gran balaustrada que coronaba el castillo, sendas águilas de hierro pintadas de verde probaban a levantar el vuelo.

Pese al Tiempo que roe y a la Envidia que seca, y a los odios terrenos que al olvido condenan fraternales abrazos, en el noble plumón de las águilas blancas hay el sello latino de una estirpe por algo elegida, que ni es Roma ni es Grecia; ni es Cartago ni es Nínive, es Iberia... y es Dios!

Por delante de nosotros desfilaron las tropas de Vedel, en número de nueve mil trescientos hombres, y dejando sus armas en pabellón, nos entregaron muchas águilas y cuarenta cañones. Les mirábamos y nos parecía imposible que aquéllos fueran los vencedores de Europa.

Sólo el señor de las Matas de Arbín se levantó de su silla y con reposado y noble ademán avanzó su copa hasta chocar con la del ingeniero y dijo: Hubo un tiempo, señor, en que delante de estos rudos campesinos, alimentados con castañas y bellotas como las bestias, corrían desbandadas las águilas romanas enviadas por Augusto.

¡Son las águilas blancas! Son las águilas blancas y fuertes, cuyo vuelo se expande bajo el palio divino del cielo, y en el largo vibrar de sus alas rampantes se adivinan las notas que componen los himnos de gloria.

Los versos que siguen prueban que esta comedia pertenece al período posterior: «.................. del imperio Es ya nuestra infanta Aurora, Cuyo divino portento Las águilas la juraron Por su Emperatriz; muy presto Por Francia hará su jornada, Dando á París rayos bellos, Porque su hermana y su tía, Cristianísimos luceros Del orbe, esmalten sus luces Con tan glorioso trofeo

Y entonces, que quieras que no, me ensalzaron a tiniente de navío, y estaba mismamente a las órdenes del general Contreras, que me trataba de . ¡Ay qué hombre y qué buen avío el suyo! Parecía verídicamente el gran turco con su gorro colorao. Aquello era una gloria. ¡Alicante, Águilas! Pelotazo va, pelotazo viene.