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Actualizado: 2 de julio de 2025
En fin, quitad eso, arrancad al mundo la sublime corona del mártir, y un monte de Judea no presenciará, en un dia nublado y misterioso, la redencion de la humanidad á costa de pasion, de suspiros y de agonía; á costa de un madero empapado en sangre; á costa del primer sacrificio de la tierra.
Don Juan se encontraba al fin delante de ella, estaba bajo la influencia de su hermosura aumentada por el temor, por la agonía del alma, bajo el magnetismo de sus hermosos ojos ansiosos y enamorados, en contacto con aquella vigorosa organización que se estremecía aterrada. Don Juan lo olvidó todo; no vió más que á doña Clara.
Dos desgracias serían, que no creáis que mi desventurada señora pueda sobrevivir mucho a lo cruel de su desengaño: ella creía viendo lo que en vos veía, y cómo en sus ojos de amor agonizabais, que otra mujer que ella para vos no había en el mundo, ni otra gloria que la de Dios que sobrepujar pudiera en bienandanza a la gloria que vos gozabais enamorado por ella; y es tal y de tal manera la agonía que a mi señora atormenta y mata, que llamar ha mandado a un escribano, que hacer testamento quiere.
La época en que el calendario señala el aniversario de los muertos está en consonancia con el duelo y horror de los sepulcros. La Naturaleza gime como los corazones, y los elementos al expirar el año parecen retorcerse entre las convulsiones de una agonía triste.
No era posible ya, ni siquiera de «buen gusto», sentir entusiasmo por nada, ni de lo de tejas arriba ni de lo de tejas abajo. La verdadera agonía del espíritu social. De eso adolecían los tiempos actuales, y por ahí venía la muerte del cuerpo colectivo.
Porque si han tenido algo que ver con él en cosa de más cuenta; si le han ido á pedir socorro en las pataletas de la agonía pecuniaria, más les valiera encomendarse á Dios y dejarse morir.
Y ellas, que acababan de adormecerse en el silencio de plomo que precede á la llegada de la luz, acudían corriendo para presenciar una agonía más, para animar la mano yerta con el contacto de su mano, para disimular los pasos de la muerte con sus palabras que sonaban lo mismo que monedas de oro, con sus risas que parecían vibraciones de fino cristal.
Sentí también remordimientos de conciencia, como si estuviera poniendo mis manos en el tesoro de un amigo, y me apresuré a dar un tajo a la conversación, llevando enseguida los restos de ella hacia la otra que ya estaba en la agonía por falta de materia o por sobra de cansancio entre los interlocutores.
Entró Leonor en este instante, y en el punto de verla, fue como si los torrentes de llanto apretados por la agonía se saliesen al fin de sus ojos; no dijo palabras, sino inolvidables sollozos; y se lanzó al encuentro de su hija, y se abrazó con ella estrechísimamente.
A veces esta idea pone espanto en mi ánimo. Aún me parece ver a Magdalena, postrada en su lecho de agonía, dándome una mano a mí y otra a su padre, mientras que usted trataba en vano de dar calor a sus pies, invadidos ya por el frío de la muerte...
Palabra del Dia
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