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Actualizado: 15 de noviembre de 2025
¡Mardito seas tú y el roío der amo que te crió! ¡Así se güerva veneno la hierba que coman toos los de tu raza!... Garabato vino a avisarle que en el patio le esperaban unos amigos. Eran aficionados entusiastas: los partidarios que venían a visitarle en días de corrida.
Este no sabía con certeza si el nuevo compañero era un amigo, un maestro ó un sirviente. Otra duda sufrían los visitantes. Los aficionados á las letras hablaban de Argensola como de un pintor; los pintores sólo le reconocían superioridad como literato. Nunca pudo recordar exactamente dónde le había visto la primera vez.
Aunque conduciéndose muy bien las dos graciosas amigas, vivían en el gran mundo y eran muy rodeadas. Tan linda pareja, como decía la señora de Hermany, no podía dejar de llamar la atención de los admiradores. Los aficionados al baile, de París, poblaban la costa, desde Trouville hasta Cabourg.
Ambos solteros y sin ninguna gana de cambiar de estado, aficionados á las cañas y al bureo, aunque en este particular y en la esplendidez característica que el vino andaluz despierta en los naturales, el viejo sacaba mucha ventaja al joven. De aquí sus eternas y graciosas disputas así que al señor Rafael se le encaramaba un poco el manzanilla en la cabeza.
Pero, querido amigo, usted no conoce obstáculos. Para navegar hace falta un barco, y éste no se construye tan de prisa... ¡Bah! dijo el bretón, se encuentran alquilados todos los que se quiera. Los puertos de Levante están llenos de yates magníficos que están á la disposición de los aficionados.
Y prosiguiendo en la misma alabanza, casi con las mismas frases, aunque abreviando, se pone aquí como la alabanza mayor que los mismos grandes, á quienes la reina despojó y domó, le quedaron aficionados en todo extremo y la sirvieron rendidos, de suerte que todos los hombres señalados y famosos que hubo en España fueron como hechos por ella, y de ser hechos por ella se envanecían.
No se crea por esto que eran íntimos amigos los aficionados a platicar después del coro. Acontecía allí lo que es ley general de los corrillos. Entre todos murmuraban de los ausentes, como si ellos no tuvieran defectos, estuvieran en el justo medio de todo y en la vida hubieran de separarse. Pero marchaba uno, y los demás le guardaban cierto respeto por algunos minutos.
La corrida del domingo aplazábase para un día de la semana en que hiciese buen tiempo. El empresario, los empleados de la plaza y los innumerables aficionados, a los que esta suspensión forzosa traía de mal humor, espiaban el firmamento con la ansiedad del labriego que teme por sus cosechas.
Algunas madres de la vecindad, con su tropel de muñecos voceadores, y grupos de curas y aficionados a la clase sacerdotal, destacando sobre el verde la mancha negra de sus trajes, hablando con misterio de lo malos que están los tiempos, del prisionero del Vaticano y del verdadero rey que vive en Venecia.
El conde no pudo menos de sonreír..., y yo también. A lo que entendí, era costumbre entre los aficionados detenerse, a la vuelta de Tablada, en alguna de las numerosas ventas que hay a la salida de Sevilla por aquella parte. Son los centros de reunión de la gente alegre, donde se corren las juergas, sin peligro de despertar a los vecinos y entenderse con la Policía.
Palabra del Dia
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