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Pero los Padres, antes de hacer pie firme en algún lugar, querían correr toda la provincia; por lo cual, dándoles buenas esperanzas, se partieron, asistidos siempre del hijo de aquel buen caballero, que jamás quiso apartarse de su lado en aquella peregrinación; y pasando luego á las riberas del río Parapití y, pobladas de muchas rancherías, fueron recibidos de todos con señas de grande afecto y tratados lo mejor que la pobreza y penuria del país permitían.

Sin embargo, contemplando al viejo guerrero con afecto, pues á pesar de nuestro poco trato mutuo, los sentimientos que hacia él abrigaba, como acontecía con cuantos le conocieron, no podían menos de ser afectuosos, pude discernir los rasgos principales de su carácter.

Apenas conozco á V. Esta es la séptima ó la octava vez que le hablo. Á Clarita la he visto hoy por segunda vez en mi vida. Sin embargo, el bien de Clarita y el de V. me interesan mucho. Atribúyalo V. á un absurdo sentimentalismo; al afecto que profeso á mi sobrina Lucía, que llega á Vds. de rechazo; á lo que V. quiera.

Nuestras madres son por naturaleza afectivas, y como el afecto obra instantáneamente sobre la fantasía, son tambien por naturaleza fantásticas, pero si la naturaleza pone una parte, la educacion y el hábito ponen otra, como antes dije.

No le dirigió ningún reproche, se reconoció culpable y confesó que, como madre, tenía que proceder como lo había hecho; pero recordó su afecto por ella, aquel sentimiento sincero a que debía la recuperación de su hija, y le suplicó que no entregara a la vindicta ley a aquel que había contribuído tanto a su felicidad.

4 que cada uno de vosotros sepa tener su vaso en santificación y honestidad; 5 no con afecto de concupiscencia, como los gentiles que no conocen a Dios: 6 que ninguno oprima, ni calumnie en nada a su hermano; porque el Señor es vengador de todo esto, como ya os hemos dicho y protestado. 7 Porque no nos ha llamado Dios a inmundicia, sino a santificación.

Y ya que como usted dice nos ha reunido la Providencia, sea usted mi misionero en buena hora. Le prometo escucharle y... No seré yo quien haga a usted creer en Dios, me dijo solemnemente el padre Ambrosio, será ¡ella! ¡Oh! ¡acaso! El afecto que me inspira es profundo.

El afecto del marido la había bastado: no había hecho un sacrificio al aceptarlo como marido, no obstante la gran diferencia de edades, y por más que la posibilidad del matrimonio se le hubiese aparecido tarde, era positivo que había sido verdaderamente feliz: la duda era póstuma, pero demostraba con gran evidencia, cuánto más fuerte y excitante era el nuevo sentimiento.

En cambio a sus padres les escribía muy poco y, cuando lo hacía, antes era por instigación de don Tadeo que por impulso propio. Los amigos de aquél, viéndole educado en el santo temor de Dios, le trataban con singular afecto y, en reciprocidad, Tirso se volvía todo respeto para con aquellos señores, que a él se le figuraban magnates.

Y también la emoción por los males que trabajaban al Príncipe, la esperanza y casi el deber de auxiliarle, habían debido determinarla y secundar su afecto. «¡Si fuera cierto! ¡Si yo tuviera ese poder!...»