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Actualizado: 10 de junio de 2025


Su rostro, por tanto tiempo familiar á las gentes de la ciudad, dejaba ver la calma marmórea que estaban acostumbrados á contemplar.

Los que están acostumbrados á caminar en coche de colleras, ó en silla de posta, se pasmarán de los carruages de allá arriba, porque nosotros, en nuestra pelota de cieno, no entendemos de otros estilos que los nuestros.

Es preciso ir á galope por en medio de los bañados y de los bosques de palmas carondais hasta ponerse en Loreto. Los caballos están de tal manera acostumbrados á estos caminos, que andan por ellos tan seguros como las mulas por las montañas; y es cosa que realmente sorprende verlos salvar con tanta destreza los agujeros que cubren todo aquel terreno.

Embrutecidos por la monotonía del servicio y acostumbrados a ver en su amo un ente perfecto, incapaz de humanos yerros, ni pizca se asombraron los tres antiguos criados del brusco cambio sobrevenido en la casa durante la última noche. Los nuevos huéspedes eran casi tan tranquilos como sombras; diríase que apenas tocaban el suelo.

Las objeciones que se hacian contra estos asertos le parecieron cavilaciones de hombres acostumbrados á dudar de las cosas mas evidentes.

¿Le gusta a usted? preguntó dilatando su boca para sonreír de tal modo que dejó estupefactos a los circunstantes a pesar de hallarse acostumbrados a los prodigios que la naturaleza solía obrar en su fisonomía. ¡Muchísimo! Es precioso... precioso... ¿Quiere usted oírlo otra vez? ¡Ya lo creo! Pues lo tocaré, lo tocaré, Presentacioncita dijo el artista lleno de condescendencia, rebosando de orgullo.

Además, el buque seguía lanzando cada medio minuto un bramido indicador de su presencia. Y paseaban por la cubierta con cierto entorpecimiento, con una sensación de extrañeza en los pies, que ya estaban acostumbrados a la movilidad del suelo.

Como en tiempo de los jesuitas todo lo gobernaban curas en estos pueblos, los indios, acostumbrados a llevar todas las causas a ellos, continuaron lo mismo, después de la expulsión, con los religiosos que ocuparon su lugar.

Si Pez no hubiera sido empleado, habría perdido mucho a sus ojos, acostumbrados a ver el mundo como si todo él fuera una oficina y no se conocieran otros medios de vivir que los del presupuesto.

Tambien es verdad que los naturales, estremadamente supersticiosos, se prestaban á ello, como sucede hoy en dia, con una especie de entusiasmo que rayaba en frenesí. Acostumbrados á martirizarse en los ejercicios de su culto primitivo, nada tenia de estraño que al convertirse al cristianismo hubiesen conservado el mismo fervor, y sobre todo la misma insensibilidad física.

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