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Actualizado: 10 de mayo de 2025


Estaban acostumbrados á atravesar el suelo patrio teniendo que luchar con el egoísmo del cultivador. Nadie ofrecía nada. El miedo al peligro hacía que los habitantes de los campos escondiesen sus víveres, negándose á facilitar el menor socorro á los compatriotas que se batían por ellos.

Con razón le llamaban paraíso sus antiguos dueños, aquellos moros cuyos abuelos, salidos de los mágicos jardines de Bagdad y acostumbrados a los esplendores de Las mil y una noches, se extasiaron sin embargo al ver por primera vez la tierra valenciana.

Aquella primera parte de la sentencia pareció terrible á los monjes, especialmente á los más ancianos, acostumbrados como estaban á la vida sosegada de la abadía, fuera de la cual se hubieran visto tan desamparados y desvalidos como niños abandonados á sus propias fuerzas.

Todo pareció temblar; pero acostumbrados los dos viajeros á oir los estampidos de las piezas por la parte de la boca, les pareció de segundo orden el estrépito presente. Lacour iba á continuar su relato sobre el glorioso abuelo de la Convención, cuando algo extraordinario cortó su facundia. Tiran dijo simplemente el artillero que ocupaba el teléfono.

En vano tenía ya acostumbrados los oídos al grosero lenguaje usado en lo interior del teatro y a las frases soeces con que algunos gomosos la perseguían; su mirada severa y su ceno adusto ponían a todo el mundo a raya; pero ahora, obligada a circular por entre bastidores de aquel modo, ¿cómo evitar las bromas insolentes, los dicharachos lascivos?

No tenía parientes y pasaba casi todo el día en la casa de Brull. Era como un mueble que interceptaba el paso en las habitaciones, y acostumbrados todos a él, resultaba indispensable para la familia. Don Ramón le había conocido en su juventud de modesto empleado en el ayuntamiento, y le enganchó bajo su bandera, haciéndole al poco tiempo su jefe de estado mayor.

Allí estaba él con los mechones de sus cabellos, ya bastante canos, que salían por debajo de los bordes de su sombrero; mientras los ojos parduscos, acostumbrados á la luz velada de su estudio, pestañeaban como los de la niña de Ester ante la brillante claridad del sol.

Y el notario, con voz melosa, ampliaba su respuesta: «Buenos días, señor marqués.» «Buenos días, señor barónSus relaciones no iban más allá; pero Ferragut sentía por los nobles personajes la simpatía que sienten los parroquianos de un establecimiento, acostumbrados á mirarse durante años con ojos afectuosos, pero sin cruzar mas que un saludo.

Acostumbrados á las intuiciones sensibles que implican la extension en el espacio, preguntamos ¿qué es el alma en misma? y parece que no quedamos satisfechos porque no vemos su retrato.

La gente de trabajo, sola contra todos, peleó contra todos, y contra los nobles, y los mató en la guerra y con la cuchilla de la guillotina. Sangró Francia entonces, como cuando abren un animal vivo y le arrancan las entrañas. Los hombres de trabajo se enfurecieron, se acusaron unos a otros, y se gobernaron mal, porque no estaban acostumbrados a gobernar.

Palabra del Dia

bagani

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