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Actualizado: 29 de junio de 2025
Y pasado el frenesí de aquellas horas, cuando el caballero, deprimido y amustiado, se hundía en su sillón patriarcal a la vera de la ventana, llamaba a Carmencita, y acariciándole lentamente los cabellos, le decía «a escucho»: Llámame padrino, como siempre, ¿sabes? También la niña respondía que sí.
Julia se turbó ante la amenaza de su madre: quedose un momento pensativa y triste; pero en cuanto aquélla bajó la cabeza para continuar su labor, hizo un mohín gracioso y alzó los hombros en señal de indiferencia. Colocada en pie al lado de su hermano, siguió acariciándole los cabellos y la barba. Miguel se había quedado también repentinamente serio.
¡Cuánto sabes, Isidro! murmuró acariciándole con la mirada . Por eso te quiero tanto: porque dices cosas bonitas. Maltrana rió de la sencillez de la muchacha, sintiéndose halagado al mismo tiempo por su admiración. Casi se arrepintió de lo que llevaba dicho: eran tonterías; la hablaba como si fuese un compañero al que quisiera turbar con sus paradojas.
Cuando comenzaron a llegar de los cuartos perfectamente disfrazados todos aquellos señores y señoras, tardó en reconocerlos; al pasar por delante de él le preguntaban acariciándole la cara: ¿Me conoces, Miguelito? Y él, después de mirarlos con atención, decía: Sí, Fulano y esto le causaba un vivo placer.
¡Tranquilízate, hija mía! dice Martín acariciándole los cabellos. Si no se tratase más que de tu pie no sería un gran mal. Pero tus lágrimas, tu agitación... Creo que la enfermedad te dura todavía y el reposo te hará bien. ¡Si no se necesitara tanto tiempo para ir a buscar el carruaje!
Yo me callé, pero cenando le hice beber más de lo justo, acariciándole, mostrándome con él más enamorada que nunca. Don Rodrigo se puso borracho y se durmió como un tronco. Entonces me levanté quedito, fuí á la ropilla, tomé la cartera, la abrí, y encontré en ella cartas de una mujer; de una mujer que firmaba «Margarita.»
Pero el joven se había abrazado a sus rodillas con fuerza y se las besaba con transportes frenéticos, y lo mismo los pies, sacudido su cuerpo por los sollozos. ¡Esto es horrible! ¡es horrible! repetía . ¿Qué te hice para que así me mates? Vamos, Mundo, vamos.... Arriba.... Seamos formales decía ella dulcemente, acariciándole los cabellos . ¿No comprendes que es ridículo?
Pero está, está... y nos mira... respondía el jesuita acariciándole afablemente las manos heladas . Basta de delirio.... ¿No ve usted cómo empieza ya a castigarla?
Palabra del Dia
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