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Actualizado: 24 de junio de 2025
La consola sustentaba un relojillo de estos que ni por gracia mueven sus agujas una sola vez. El mármol de ella se escondía bajo una instalación abigarrada de cajas de dulces, hechas con cromos, seda, papel cañamazo y todo lo más deleznable, vano y frágil que imaginarse puede... A Isidora no gustaba esta sala, que era, según ella, el tipo y modelo de la sala cursi.
En tales momentos, se diría que nuevas voces, ya fuertes, ya suaves, se mezclaban con los gritos de la multitud abigarrada; gritos aislados flotaban a veces sobre el ruido general, semejantes a copos de espuma sobre las olas: risas nerviosas, histéricas, fragmentos de canciones, juramentos furiosos.
El Primo, con su gran chambergo y su traje de rizo negro, hojeando un infolio: Morra, más que sentado, caído en el suelo de golpe, mostrando sus calzas verdes y su tabardo rojo; el bobo de Coria, con su severo traje negro como persona grave; el niño de Vallecas, casi todo de verde y con una media desgarrada; don Antonio el inglés, con coleto de brocado y sombrero de plumas, y don Juan de Austria, con arreos militares, forman una compañía abigarrada y extraña, a la cual se pasa revista bromeando y riendo, como ellos vivían, pero que deja en el pensamiento una impresión más honda que muchos espectáculos serios.
Lo frecuentaba poco; este público, compuesto de antiguos amigos, hablaba demasiado, estorbándola en sus cálculos de jugadora. Prefería el Casino, con sus vastos salones y su muchedumbre abigarrada que se expresa en diversas lenguas. Era plebeya en su juego: tenía la superstición de que la fortuna acude ante todo allí donde sus devotos forman masa.
Y acomodados en los otros, don Feliciano, don Rudesindo, Navarro, don Jerónimo de la Fuente y algunos varones más de los que seguían la bandera del glorioso Belinchón. Al llegar al medio de la Nozaleda, el Duque mandó hacer alto sorprendido de ver aquella muchedumbre abigarrada ocupando la extensa llanura del prado. Era un hombre de unos cuarenta y seis años.
La arena estaba llena de aficionados; una muchedumbre abigarrada, compuesta de estudiantes, paletos, chulos, señoritos y soldados, elegantes unos, otros desarrapados, fraternizando todos y creyendo que por el mero hecho de hallarse allí, en el terreno del toro, como si dijéramos, participaban del arrojo y gallardía de los lidiadores.
Palabra del Dia
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