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Actualizado: 26 de mayo de 2025


Iba a decir que el que allí corría con las cuentas de todo era D. Juan Nepomuceno; pero se contuvo, porque solía darle vergüenza que los extraños conocieran esta abdicación de sus derechos. ¿Esto será alguna deuda antigua? dijo por fin. No señor... y señor. Me explicaré... , hombre, acabemos.

La conspiración del Escorial, los tumultos de Aranjuez, las vergonzosas escenas de Bayona, la abdicación de los reyes padres, las torpezas de Godoy, las repugnantes inmoralidades de la última Corte, los tratados con Bonaparte, los convenios indignos que han permitido la invasión, todo esto, señora amiga mía, que es el colmo del horror y del escándalo, ¿lo han traído por ventura las Cortes?

Señores dijo en voz baja a don Álvaro y a Orgaz conste que protesto, y que obedezco a fuerza mayor, a la fuerza de la borrachera de ustedes, al permanecer en semejante sitio. ¡Bien, hombre, bien! Conste que esto no es una abdicación.... No... qué ha de ser... abdicación.... Ni una profanación.

El concepto de la glorificación de Dios por la anulación voluntaria del hombre, arrodillado ante su creador, de miedo a su creador, que es la idea madre subyacente en la ordenación católica del pensamiento humano, la que engendró el oscurantismo, el misticismo y el monasticismo sobre la abdicación de la razón, de la virilidad, de la voluntad y de la dignidad humanas, la que informa toda la conducta de la Iglesia en su guerra sin cuartel contra todos los progresos de la humanidad por iniciativa del hombre, ese principio fue el alma de las sociedades cristianas del pasado, fundadas sobre el derecho divino, fatalmente sectario, autoritario y absolutista.

Era imposible calcularlo. Nadie debe echar cuentas sobre la maldad humana. ¿A qué grado de bajeza moral le arrastraría la abdicación de su propia dignidad? Ya se lo había dicho la duquesa: tenía que confesar a Josefina. ¡Confesar a la mujer que amaba! Es decir, emplear en provecho puramente humano y egoísta el prestigio de la Religión.

En la abdicación de su albedrío, en la entrega de su cuerpo, no influyó nada el cálculo. Complacíase en recordar que no tenía cosa que echarse en cara. Vio entrar a su amado pensativo y triste por malas noticias que recibiera, e intentó consolarle; él, agradecido a su piedad, la estrechó entre los brazos. De lo demás no hacía memoria...

En un negro rincón duerme el mazo que otros días batiera el metal... ¡Cómo duele esta paz de la fragua! ¡Cómo duele esta paz! "¡Hola, herrero! ¿qué tienes? ¿qué inercias han ganado tus músculos hoy? Tus brazos semejan dos ramas tronchadas, dos angustias largas de una abdicación. ¡Levántate, herrero! Haz que de la fragua resucite un sol.

¿Fue ternura repentina, de la que se creía incapaz, o vergonzosa abdicación de sus principios y presagio de mayores debilidades? Nadie le culpe. ¿Cómo ser cruel con una mujer que, lejos de echar en cara los favores otorgados, ni arrepentirse de ellos, ni solicitar cosa alguna para lo porvenir, se limitaba a pedir lealtad?

Palabra del Dia

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