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Avilés había llegado al Perú en la época del virrey Amat; y cuando estalló en 1780 la famosa revolución de Tupac-Amaru fué mandado con tropas para sofocarla. Excesivo fué el rigor que empleó Avilés en esa campaña. Durante su gobierno se erigió el obispado de Maynas y se incorporó Guayaquil al virreinato.

Mendoza rechaza la propuesta con desprecio, pronunciando palabras injuriosas contra los moriscos, y Tuzaní, Valor y Malec, sintiéndose también lastimados por Mendoza, se alejan resueltos á promover la rebelión. En el acto segundo, tres años después del anterior, la rebelión ha estallado ya, y Don Juan de Austria es el encargado de sofocarla.

La semejanza del impostor con el difunto Don Sebastián, y aún más la astucia y el aplomo increíble de su conducta, hacen que todos lo confundan por completo con su querido Rey, y que se obliguen á servirlo con vidas y haciendas. Pero pronto muda la escena. Felipe II, á cuyo conocimiento ha llegado la existencia de esa conjuración, se apresura á sofocarla en su nacimiento.

En el mismo sentido se expresaba el P. Rávago, confesor del imbecil Fernando VI, asegurando al Superior de los Misiones, que el Rey, víctima de las intrigas de su consejero Carvajal, autor del tratado, no se le habia opuesto hasta entonces por pusilanimidad é ignorancia. Entretanto la insurreccion, que cundia en los pueblos de Misiones, no dejaba mas arbitrio que el de la fuerza para sofocarla.

La más ligera tentativa de sacudir el yugo podía acarrear, en esta parte, fatales consecuencias, y la tiranía de las autoridades eclesiásticas no dejaba otro recurso que la sumisión. A pesar de todo, era tan vigorosa la vida nacional, que no parecía fácil sofocarla, y por esto emprendió entonces una senda, en la cual no había miedo de tropezar con aquellos obstáculos.

Desde que aquellos ahogos financieros empezaron a sofocarla, Rosalía había adquirido la costumbre de calcular, siempre que hablaba con cualquier persona, el dinero que la tal persona podía tener. «Esta perra tiene dinero se dijo cierto día mirando a la de Sánchez y oyendo la descripción ampulosa del comercio que iba a establecer».

El hombre virtuoso es el más sabio, porque conoce el camino para llegar a Dios y lo sigue. Estas verdades se impusieron pronto a su espíritu y le previnieron contra su curiosidad científica y le impulsaron a sofocarla. Alentado por los consejos y por el ejemplo de su maestro, había matado la sed de conocimientos con el refresco de la oración y la penitencia.

Muchas veces los sentidos no le dicen nada de lo que él pretende; pero le ofrecen algo de semejante: «esto es, exclama alborozado, hélo aquí, es lo mismo que yo sospechaba;» y cuando se levanta en su espíritu alguna duda, procura sofocarla, achácala á poca fe en su incontrastable doctrina, se esfuerza en satisfacerse á mismo, cerrando los ojos á la luz para poder engañar á los otros sin verse precisado á mentir.