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El poeta, en el prólogo que les antecede, dice que, si algún lector ignorante se atreve á censurar que en la mayor parte de estos autos aparecen los mismos personajes, como, por ejemplo, la Fe, la Gracia, el Pecado, la Naturaleza, el Judaísmo, la Idolatría, etc., tenga presente, que, como el objeto de esas composiciones siempre es el mismo, sírvese también de iguales medios para conseguir un fin idéntico, y no olviden la razón poderosa de que esos mismos medios, con tanta frecuencia manoseados, llegan cada vez por distintos caminos á términos diversos; porque no olvidándolo, esa crítica, á su juicio, ha de trocarse en alabanza, si es verdad que el arte de la naturaleza es sólo tan grande por la razón de que, con las mismas facciones, forma rostros tan variados, y, con arreglo á este tipo, ya que no se califique de arte, se le disculpará, por lo menos, haber escrito tantos autos distintos empleando los mismos personajes.

¿Quién os las quita? ahí las tenéis en aquel lado, que no se atreven á hablaros las pobres porque temen que las maltratéis. ¡Mi Luisa! ¡mi Inés! dijo el imbécil Montiño olvidándolo todo por su amor de padre y de marido. , ; Inés y Luisa dijo alentada por aquel reblandecimiento del cocinero mayor, su mujer, que ella era en efecto.

Disponed de : yo soy vuestro... yo os amo dijo don Juan embriagado. Y en aquel momento, olvidándolo todo, asió con sus dos manos la hermosa cabeza de Dorotea y la besó en la boca. ¡Oh! ¡qué horror! exclamó la joven poniéndose en pie de un salto ; ¡qué crueldad! ¡qué daño me habéis hecho tan terrible! Y arreglándose el manto, se dirigió á la puerta y llamó. ¿A dónde vais, Dorotea? dijo don Juan.

Y le volvió la espalda, olvidándolo, mientras el secretario sonreía servilmente al primo de su principal y le saludaba con varias reverencias. Aresti conocía de muchos años á aquel hombrecillo que había comenzado de escribiente en la casa y era ahora el empleado de confianza de Sánchez Morueta.

Era éste el real momento de solaz de los mensú, olvidándolo todo entre los anatemas de la lengua natal, sobrellevando con fatalismo indígena la suba siempre creciente de la provista, que alcanzaba entonces a cinco pesos por machete, y ochenta centavos por kilo de galleta.