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Y acostóse en la cama, poniendo por cabecera las calzas y el jubón. Y mandóme echar a sus pies, lo cual yo hice. Mas, ¡maldito el sueño que yo dormí!

Salimos de Salamanca y, llegando a la puente, está a la entrada della un animal de piedra, que casi tiene forma de toro, y el ciego mandóme que llegase cerca del animal y, allí puesto, me dijo: "Lázaro, llega el oído a este toro y oirás gran ruido dentro dél." Yo simplemente llegué, creyendo ser ansí.

Mandóme el dios parlero luego alzarme, Y con medidos versos y sonantes, Desta manera comenzó á hablarme: O Adán de los poetas, ó Cervantes! Qué alforjas y qué trage es este, amigo? Que asi muestra discursos ignorantes. Yo, respondiendo á su demanda, digo: Señor, voy al Parnaso, y como pobre Con este aliño mi jornada sigo. Y él á dixo: ó sobrehumano, y sobre Espiritu Cilenio levantado!

De castillos y torres coronada, Por fuerte y por hermosa en igual grado Tenida, conocida y estimada. Mandóme el del aligero calzado, Que me aprestase y fuese luego á tierra A dar á los LUPERCIOS un recado. En que les diese cuenta de la guerra Temida, y que á venir les persuadiese Al duro y fiero asalto, al cierra, cierra,

Y así me fui para mi amo, que esperándome estaba. Salimos de Salamanca, y llegando a la puente, está a la entrada della un animal de piedra, que casi tiene forma de toro, y el ciego mandóme que llegase cerca del animal, y allí puesto, me dijo: "Lázaro, llega el oído a este toro, y oirás gran ruido dentro dél."

Diole el duque licencia, y mandóme que le acompañase. Venimos a mi ciudad, recibióle mi padre como quien era; vi yo luego a Luscinda, tornaron a vivir, aunque no habían estado muertos ni amortiguados, mis deseos, de los cuales di cuenta, por mi mal, a don Fernando, por parecerme que, en la ley de la mucha amistad que mostraba, no le debía encubrir nada.

Y así luego, aunque la señora le rogó por , movida de lo que la servía, no aprovechó: mandóme desatacar, y azotándome, decía tras cada azote: "¿Diréis más Poncio Pilato?" Yo respondía: "No, señor"; y respondílo dos veces a otros tantos azotes que me dio.

Y acostóse en la cama, poniendo por cabecera las calzas y el jubón, y mandóme echar a sus pies, lo cual yo hice; mas ¡maldito el sueño que yo dormí!

Viome harto bien, y yo mostré, desde lejos, el billete de vuestra merced; pero mandome decir que se estaba aderezando para salir al estrado, y que no podía en ese momento ocuparse de esquelas. ¿Eso dijo? Eso, señor. ¿Y no mandaste, al menos, el billete con alguna criada? ¿Y si vuestra merced se enfadaba, luego, conmigo? Poniéndose en pie, el mancebo repuso: Enfádome agora de veros tan necia.