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Actualizado: 21 de junio de 2025


Después de mucho pasear vio el faetón de Santa Cruz, guiado por el lacayo, despacio, como para que no se enfriaran los caballos. Ya no quedaba duda. El coche le esperaba. Violo subir hasta Cuatro Caminos, donde se detuvo para encender las luces. Después bajó, y al llegar a los Almacenes de la Villa, otra vez para arriba. Maxi no le perdía de vista.

Bajó el canto, diole en la cabeza, alzó el grito el molido perro, violo y sintiólo su amo, asió de una vara de medir, y salió al loco y no le dejó hueso sano; y cada palo que le daba decía: ''Perro ladrón, ¿a mi podenco? ¿No viste, cruel, que era podenco mi perro? Y, repitiéndole el nombre de podenco muchas veces, envió al loco hecho una alheña.

Allí iban retratadas, si no juntas realmente, al menos visibles para la imaginación, todas las miserias humanas: el que mató por odio; el que hirió por venganza; el que robó por codicia; el que hurtó por hambre; el que delinquió por flaqueza; el que pecó por vicio: aquél a quien pervirtió la mala educación; aquél a quien la herencia de la viciada sangre hizo rabiosos los sentidos, y el de brutal naturaleza que dejó al instinto sobreponerse a la razón: juntos estaban el que holló la moral desconociéndola, y el que hizo mofa de ella desestimando su valía: atados a la par iban el avaro convertido en ladrón por la idolatría del oro, y el pródigo trocado en criminal por el desprecio de todas las riquezas: codo con codo, sujetos uno a otro, andaban el que delinquió contra la sociedad creyendo honrar a la virtud y el que hizo escarnio de lo bueno por asegurar lo útil: caminando unidos, avasallados por la misma tristeza, iban el que fue malo por fanático y el que dejó de ser justo por incrédulo: llagas en los tobillos y heridas en las manos llevaban igualmente quien faltó a la ley por no tener, y quien la violó para tener más: con grillos y esposas estaban sujetos, todos respirando venganzas, invocando auxilios, premeditando fugas, distintamente animados por el arrepentimiento o el rencor, pero sin que uno solo se eximiera de la pesadumbre y la vergüenza.

El resto del desfile violo pasar como en un sueño: innumerables religiosos de todos los hábitos; familiares a caballo con varas de ébano enriquecidas de plata; eclesiásticos en mulas enlutadas; el arca de las sentencias sobre una acémila que arrastraba por el suelo los flecos de oro de su morada cobertura; el rojo estandarte de la fe; blancor de golillas y cabrilleo de joyas sobre los trajes retintos.

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