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Actualizado: 12 de junio de 2025


Nosotros, gentes del campo, no hacemos mal á nadie y nada debemos temerCuatro horas después, al bajar una de las pendientes que forman el valle del Marne, vió á lo lejos los tejados de Villeblanche en torno de su iglesia, y emergiendo de una arboleda las caperuzas de pizarra que remataban los torreones de su castillo. Las calles del pueblo estaban desiertas.

Su general le había enviado para mantener el contacto con la división inmediata, pero al verse en las cercanías del castillo, había querido visitarlo. La familia no es una simple palabra. El se acordaba de los días que había pasado en Villeblanche, cuando la familia Hartrott fué á vivir por algún tiempo con sus parientes de Francia.

Todas las riquezas de Villeblanche se concentraban en una adquisición, que era la más admirada por Desnoyers, viendo en ella la gloria de su enorme fortuna, el mayor alarde de lujo que podía permitirse un millonario. «La bañadera de oro pensó . Tengo allá mi tina de oro

Varios tiros y culatazos en el lívido montón chorreante de sangre... Y los últimos temblores de vida quedaron borrados para siempre. El oficial había encendido un cigarro. Cuando usted guste dijo á Desnoyers con irónica cortesía. Montaron en el automóvil para atravesar Villeblanche, regresando al castillo.

Por un momento creyó haber encontrado el medio de apartarle de tal existencia. Los parientes de Berlín visitaron á los Desnoyers en su castillo de Villeblanche. Karl von Hartrott apreció con bondadosa superioridad las colecciones ricas y un tanto disparatadas de su cuñado. No estaban mal: reconocía cierto cachet á la casa de París y al castillo.

Gallieni lo defenderá, pero la defensa va á ser dura y penosa... Aunque caiga París, no por eso caerá Francia. Continuaremos la guerra si es necesario hasta la frontera de España... Pero esto es triste, ¡muy triste! Y ofreció á su amigo el llevarle con él en la retirada á Burdeos, que muy pocos conocían en aquellos momentos. Desnoyers movió la cabeza. No; deseaba ir al castillo de Villeblanche.

Desde que atravesaron las fronteras de su país, pueblos en ruinas, incendiados por las vanguardias, y pueblos en llamas nacientes, provocadas por su propio paso, habían ido marcando las etapas de su avance por el suelo belga y el francés. Al entrar el automóvil en Villeblanche tuvo que moderar su marcha.

Volvió la espalda al grupo: se alejó. ¡Adiós, amor! ¡Adiós, felicidad!... Marchaba ahora con paso firme; un milagro acababa de realizarse en su interior: había encontrado su camino. ¡A París!... Una ilusión nueva iba á poblar el inmenso vacío de su existencia sin objeto. La invasión Huía don Marcelo para refugiarse en su castillo, cuando encontró al alcalde de Villeblanche.

Callaba su viaje á Villeblanche; no quería contar sus aventuras durante la batalla del Marne. ¿Para qué entristecer á los suyos con tales miserias?... Se había limitado á anunciar á doña Luisa, alarmada por la suerte de su castillo, que en muchos años no podrían ir á él, por haber quedado inhabitable.

El general deseaba castigar á los vecinos principales de Villeblanche, y él había considerado por su propia iniciativa que el dueño del castillo debía ser uno de ellos. El deber militar, señor... Así lo exige la guerra. Después de esta excusa reanudó los elogios á Su Excelencia. Iba á alojarse en la propiedad de don Marcelo, y por esto le perdonaba la vida.

Palabra del Dia

rigoleto

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