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Actualizado: 8 de junio de 2025
Enseñé el bridge al mayordomo y a su mujer, culto matrimonio de ingleses, al médico del pueblo, a varios vecinos estancieros y a otras muchas personas. Supe inculcar a todos el entusiasmo de mi amigo Villalba, repitiéndoles cuanto le oyera respecto de Eduardo VII y demás. El bridge llegó a ser el juego predilecto del mundo «fashionable» de Venado-Tuerto.
Sólo mi amigo Joaquín Villalba interrumpió alguna partida para decirme, como oportuna advertencia: No salude usted nunca a los que juegan al bridge, Alberto, porque no lo ven... Ni les hable, porque no lo oyen... Y hasta es bueno que ni los mire, porque si no tienen suerte, pueden pensar que usted les trae desgracia, ¡y no hay peor reputación que la del «jettatore»!
Se comunicaban las noticias del oficio. En Villalba pagaban el millar mejor que en Madrid. Algunos habían pedido trabajo y querían emprender el viaje tan pronto como comenzase el buen tiempo... Pero sus perros, que les olisqueaban las manos y se frotaban contra sus piernas, impacientes por emprender la marcha, les hacían fijarse en el presente y prorrumpir en lamentaciones. ¡Qué vida, caballeros!
Dio perfección a la obra de la casa episcopal, y en sus días y a costa suya fueron levantadas las naves laterales de la Catedral, la cual conserva también otras memorias de su liberalidad, como son: el terno negro de terciopelo bordado en oro, un palio de tisú y cenefa de terciopelo carmesí, y el verjado y sillería del coro: fundó un Colegio en la Universidad de Alcalá de Henares para estudiantes teólogos de Aragón, con dotación de mil escudos anuales: en Daroea se construyó a sus espensas una capilla y capellanía, cuyo patronato es de la casa del Marqués de Villalba.
Como adivinando mi pensamiento, Villalba me observó: Puede usted buscar quien se lo enseñe... Porque debe usted saber que un caballero que no sabe jugar al bridge, ¡no es un caballero!
Palabra del Dia
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