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Actualizado: 13 de junio de 2025


¡Ah, calavera hipócrita! prosiguió Isidro . Cuando estemos en Buenos Aires iré un día a su establecimiento de la calle de Alsina, para decirle a la señora de Manzanares quién es su marido... Así lo haré, a menos que no me soborne con un par de botellas de champán. Una oleada verdosa se extendió por el rostro del comerciante.

Esta idea le alegró un poco el corazón, y meditando en todo ello perdíase su mirada en las lejanías del bosque... Una apagada y verdosa claridad reinaba en aquel fresquísimo lugar.

La dentadura postiza estaba sumergida en un vaso de agua, sobre la mesilla de noche. Sin dentadura ni peluquín, la piel flácida, verdosa, negruzca, color de corambre, los ojos soterrados, barba y bigote blancos, Novillo no conservaba traza de su pretérita fisonomía. Lo único que le quedaba del añejo esplendor era el abultado abdomen, enarcándose bajo las sábanas.

Vio ascender luego por la escalinata a Mina llevando al pequeño Karl de la mano. El niño le miró, extrañándose de que no fuese hacia ellos lo mismo que antes. Pero la madre siguió su camino tirando de él, sin volver la cabeza, con la mirada perdida para no tropezarse con los ojos de Fernando. Un ligero rubor coloreaba su palidez verdosa: rubor de timidez, de arrepentimiento, de malos recuerdos.

Veía su cuello esbelto, de líneas armoniosas y gráciles cuando permanecía en reposo, pero que a la menor contracción marcaba la tirante madeja de sus tendones. Se fijaba en la cortante arista de las clavículas bajo la epidermis mate, de una blancura verdosa que absorbía la luz sin reflejarla.

Balbuceaba, al mismo tiempo que su rostro, siempre de una palidez verdosa, se enrojecía ligeramente.

El cielo se oscureció más en el momento de expresarse así Nucha; un relámpago alumbró súbitamente las profundidades de las arcadas del claustro y el rostro de la señorita, que adquirió a la luz verdosa el aspecto trágico de una faz de imagen. ¡Santa Bárbara bendita! articuló piadosamente el capellán, estremeciéndose . Volvámonos arriba, señorita.... Está tronando.

Las alquerías de nítida blancura parecían reflejar como espejos el fuego de un sol africano. Zumbaban en el ambiente los enjambres de insectos. En la sombra verdosa de las higueras, amplias, bajas y redondas, apoyadas en un círculo de estacas como un techo de verdura, caían los higos abiertos por el calor, reventando en el suelo como enormes gotas de azúcar purpúreo.

Yo quisiera agregó en voz bien alta, tendiendo ambos brazos hacia la verdosa claridad, en la cual sus manos resplandecieron de modo perturbador, yo quisiera subir de un solo ímpetu a una de las moradas de arrobamiento que describe la Madre Teresa de Jesús; gozar, aunque fuera un instante, de ese deliquio, de ese éxtasis, en que ella caía de continuo; llegar a Dios, en fin, de un solo y soberano vuelo del alma, y anegarme, abismarme en su contemplación.

Estaba Pilar consumida y hecha un mirlo de flaca; ni majestad ni hermosura añadía la muerte a aquel residuo de organismo devorado por la extenuación y la fiebre. La toca blanca hacía resaltar la verdosa palidez de su rostro chupado. Parecía haber encogido y menguado en estatura. Su expresión era vaga, entre sonrisa y mueca. Veíansele los dientes de marfil.

Palabra del Dia

rigoleto

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