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Actualizado: 3 de mayo de 2025


O es un olvido de las ideas sociales y morales que todos los hombres nos debemos, ó es el sacrificio de aquellas ideas venerandas, en aras de una fantasía que crea aquí tambien una forma hipócrita, para hacer bello aquel sacrificio con los ornatos de un arte servil y egoísta. ¡Tambien entra aquí el palaustre!

Los vecinos en lo interior de sus moradas distinguían, por el estrépito de las ruedas y el chasquido de las herraduras, a cuál de los magnates mencionados pertenecía. Eran, en suma, tres instituciones venerandas que los hijos de la ciudad sabían amar y respetar.

Con esta explicación me por satisfecho, y mi bella narradora, haciendo un gracioso gesto al ver mi admiración de que á las agrestes vertientes del Banajao se evocaran sombras tan venerandas como la del autor de El día de difuntos siguió su relación. Abordo del Neblí pasaron Doña Luisa y sus dos hijas ocho días, al cabo de los cuales regresaron á la quinta.

Realmente, los dos desmoralizábamos el baile. Ella, sin poder bailar, riéndose; yo, saltando pesadamente con la gracia de un oso blanco entre los hielos, al lado de Quenoveva y de Agapito, tan serios y tan graves, éramos un insulto a las tradiciones más venerandas del país. Sabido es que, entre estas tradiciones, la religión y el baile son las más importantes.

El arte francés, generalmente hablando, lleva en el trastorno más radical y más profundo de las ideas morales; el trastorno propio de una sociedad que, á precio de ruido y de oro, embrolla sin escrúpulo las verdades más venerandas del entendimiento y de la conciencia.

Y vagando por la frondosidad umbría de aquellos valles, apareció también a Miguel de Zuheros la virginal figura de doña Sol de Quiñones, que no le censuraba, sino que le compadecía de que volviese a verla, olvidado de su poético enamoramiento y acompañado y consolado por donna Olimpia. La Ínsula Firme se había sumergido también en el Atlántico como otras mil fábulas venerandas.

Pues lo que hacían estas venerandas señoras, probando así que su corazón de piedra o de simple pino latía aún por las miserias del prójimo, ¿por qué no había de hacerlo ella, que tenía un corazoncito de mantequilla, tan blando era y tan compasivo? ¡Jesús, Agapo! mira que hablas desatinos decía riendo Susana, sin darse por vencida. El otro volvía a la carga.

Otro suceso doloroso tengo que referir, y sabe Dios cuánto me cuesta revelar cosas que puedan obscurecer algún tanto la fama que rodea á estas cuatro venerandas personas. ¿Revelaré este funesto incidente? ¿Llevaré la mundanal consideración y el efecto particular hasta el extremo de callar la verdad, hija de Dios, sin la cual ninguna cosa va á derechas en este mundo?

Palabra del Dia

santificación

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