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Actualizado: 12 de julio de 2025
Era propiedad de una vieja devota que, por legar toda su fortuna á la Iglesia, se negaba á vender el edificio á Sánchez Morueta, dándose la satisfacción de tener por inquilino á uno de los primeros ricos de Bilbao.
Quiso, pues, el diablo, que nunca está ocioso en cosas tocantes a sus siervos, que yendo a vender no sé qué ropa y otras cosillas a una casa, conoció uno no sé qué hacienda suya. Trujo un alguacil y agarráronme la vieja, que se llamaba la madre Labruscas. Confesó luego todo el caso y dijo cómo vivíamos todos y que éramos caballeros de rapiña.
Los Genoveses hicieron una cosa bien hecha; porque luego que tomaron las galeras Catalanas se vinieron á Pera, sin querer entregar ningun prisionero á los Griegos, ni vender cosa de la presa, aunque el Emperador les acarició y honró.
Pero más valiera el oro en las píldoras que en las letras, y de más provecho es. Y con todo, hay muy pocas letras con oro. Sólo el don me ha quedado por vender y soy tan desgraciado que no hallo nadie con necesidad de él, pues quien no le tiene por ante le tiene por postre, como el remendón, azadón, pendón, blandón, bordón y otros así.
Verdad es que ni pizca de falta le hacía a Ribera, quien tuvo la fortuna de ver multiplicados los dos olivos que le dejara el ladrón y disponía ya de estacas para vender y regalar.
Tenemos aquí un negociante.... ¿Y a quién los vendes? A las mujeres de por ahí, que van a la vila.... Sepamos, ¿a cómo te pagan? Dos cuartos por la ducia. Pues mira díjole Nucha cariñosamente , de aquí en adelante me los vas a vender a mí, que te pagaré otro tanto. Por lo bonito que eres no quiero reñirte ni enfadarme contigo. ¡Quiá! Vamos a ser muy amigotes tú y yo.
Ambos aspiraban a vender La Correspondencia o El Imparcial, pero ¡ay! ciertas posiciones, por humildes que parezcan, no están al alcance de todos los individuos. Eran demasiado granujas todavía, demasiado novatos, demasiado pobres, y no tenían capital para garantizar las primeras manos. Uno de ellos logró vender El Cencerro los lunes; otro merodeaba contraseñas en las puertas de los teatros.
No te he olvidado en mi 5 testamento; pero no soy rico y no tengo más bienes que un perro y un caballo. Yo apreciaré tu recuerdo, marido mío, dijo la mujer llorando. Después de mi muerte, continuó el marido, debes 10 vender el caballo y entregar el dinero a mis parientes. ¡Cómo! ¿debo entregar el dinero a tus parientes? Sí; pero espera. Te regalo generosamente el perro.
Aquel hombre, cegado por su fortuna, no sabía lo que decía. Igual era ella algunos años antes, cuando tenía fincas que vender o empeñar y arrojaba el dinero a manos llenas. Pero ahora la pobreza vergonzante y cuidadosamente ocultada le había enseñado el valor del dinero.
Aunque el precio era sin comparación mucho más subido, a D. Luis se le figuraba, que si cedía iba a remedar a Esaú y a vender su primogenitura, y a deslustrar su gloria. Por lo general, los hombres solemos ser juguete de las circunstancias; nos dejamos llevar de la corriente y no nos dirigimos sin vacilar a un punto.
Palabra del Dia
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