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Actualizado: 22 de julio de 2025


Entre estos dos grupos principales que ocupaban ambas cabeceras sentábanse el resto de los convidados: la señora de López Moreno, que redondeaba a la sazón su inmensa fortuna prestando al veinte por ciento; la marquesa de Valdivieso, que no atestiguaba ya sus sentencias con la autoridad de Paco Vélez, sino con la de Fermín Doblado; la condesa de Balzano, divorciada de su marido y en pleito con sus hijos; el duque de Bringas, declarado pródigo por los tribunales a instancias de su esposa; don Casimiro Pantojas, buscando siempre el paulot postfuturum de algún verbo griego; dos diputados novatos, cándidos provincianos todavía, a que la ilustre condesa, de acuerdo con el excelentísimo Martínez, tendía el anzuelo de sus banquetes para pescarlos en la oposición futura; el espiritual Pedro López, que pagaba su cubierto todos los viernes con algunas columnas de La Flor de Lis de prosa gelatinesca, y el marqués de Sabadell, que al notar las siete bajas habidas en el número de convidados, dirigía a Currita miradas impacientes, que hacían en la comprimida cólera de esta el efecto que el viento hace en el fuego, y parecían demostrar en ambos el pesar de ver frustrado en parte algún plan que proyectaban.

En esto llegaron un medio estudiante y un soldado, y convidados de la limpieza de las espuertas de los dos novatos, el que parecía estudiante llamó a Cortado, y el soldado a Rincón. En nombre sea de Dios dijeron ambos. Para bien se comience el oficio dijo Rincón ; que vuesa merced me estrena, señor mío.

Pero para las personas nerviosas, para los novatos que empiezan la serie de baños de mar, los más suaves son los mejores. Un mar un poco mezclado, el aire no muy salado ni acre, una playa risueña que ofrezca las perspectivas del campo, son las mejores circunstancias. Un punto grave y capital es la elección de vivienda. ¿Quién va á dirigir á usted? Nadie. Preciso es ver, observar por mismo.

Ambos aspiraban a vender La Correspondencia o El Imparcial, pero ¡ay! ciertas posiciones, por humildes que parezcan, no están al alcance de todos los individuos. Eran demasiado granujas todavía, demasiado novatos, demasiado pobres, y no tenían capital para garantizar las primeras manos. Uno de ellos logró vender El Cencerro los lunes; otro merodeaba contraseñas en las puertas de los teatros.

Era la supeditación de los novatos ante el discípulo viejo habituado a los usos de la casa. Cuando llegaba una votación y se agitaban las oposiciones creyendo en la posibilidad de la victoria, el ministro de la Gobernación le buscaba en los bancos con mirada ansiosa: A ver, Brull, traiga usted a esa gente; somos pocos.

Palabra del Dia

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