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Actualizado: 3 de junio de 2025
Todo forma en esta admirable creación un conjunto armónico de encanto irresistible. Cada palabra es una pincelada, cada oración una imagen, cada página un cuadro brillante que no se borra jamás de la imaginación. ¡Qué vena, de fácil inspiración corre por toda ella! ¡Qué frescura y sobriedad en las descripciones! ¡Que naturalidad en la dicción! ¡Cuán lejos nos hallamos del énfasis moderno!
Como Sócrates, el autor de «La Vena» cree que «nadie es malo voluntariamente»: los hombres son buenos ó perversos, leales ó traidores, según las circunstancias, por lo que éstas debían asumir la responsabilidad total de cuanto el individuo dice y ejecuta.
El teatro inglés ofrece, al contrario, rica vena, y algunas obras de Fletcher ó Massinger alcanzarían aplausos entre nosotros, expurgadas suficientemente; pero, ¿en dónde, sino en España, podremos encontrar fuente tan copiosa é inagotable de dramas excelentes, tan genuinamente poéticos, y tan apropiados á todas las exigencias escénicas?
El colorido de los semblantes, el de las ropas y el de la decoración se armonizaba y fundía en un tono general de madera y tierra, tono a la vez crudo y apagado, combinación del castaño mate de la hoja, del amarillo sucio de la vena, del dudoso matiz de los serones de esparto, de la problemática blancura de las enyesadas paredes, y de los tintes sordos, mortecinos al par que discordantes, de los pañuelos de cotonía, las sayas de percal, los casacos de paño, los mantones de lana y los paraguas de algodón.
Al fin, una noche, hallándose todos los amigos reunidos en la tienda, Velázquez, que estaba de vena, se aventuró á soltar una pullita á su querida, de aquellas con que antes la regalaba y que no pocas veces la hacían derramar lágrimas en presencia de la reunión. Soledad alzó la cabeza vivamente y le clavó una larga mirada luciente y colérica.
En efecto, ¿ha gustado lo que él ha dicho ó escrito ó hecho? ¡qué felicidad! y es necesario que se advierta que fué sin preparacion, que todo se debió á la fecundidad de su vena, á una de sus felices ocurrencias. ¿No habeis notado cuántas bellezas, cuántos golpes afortunados?
Leyóse, en efecto, en España á Dante, Petrarca, Boccacio, Boyardo, Ariosto, Tasso, Bandello, Anthio, Marino, etc., así en traducciones como en el original, excitando la vena poética nacional, y enriqueciéndola con nuevas imágenes. Pero la influencia directa de la poesía italiana en la española, no se conoció en otra cosa que en la admisión de sus combinaciones métricas.
Un caso contarè yo verdadero, Que casi me reí, que aqueste dia Corriendo por la calle vi un barbero, Que al punto del temblor sangrado habia A un hombre, que tras él saliò ligero, Aunque la sangre roja le salia: El barbero perdió aquí su lanceta, Y al enfermo el temblor la vena aprieta.
El caballo marino la sangría, cuando se siente cargado de sangre, abriéndose la vena con punta de caña que le sirve de lanceta, y el barro de venda, revolcándose en él, con lo que cierra la cisura.
A veces he censurado yo en Víctor Hugo no pocas extravagancias, pomposidades y relumbrones falsos y de mal gusto, pero, a pesar de estos defectos, que yo noto para que no se me acuse de idolatría, siempre me he complacido en reconocer y confesar que por lo fecundo e impetuoso de su abundante vena, por su maravillosa fantasía y por su destreza magistral en el manejo de la lengua, del metro y de la rima, Víctor Hugo es, si no el primero, uno de los mayores líricos y épicos de nuestro siglo, rico en poetas más acaso que ningún otro de los siglos pasados.
Palabra del Dia
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