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Actualizado: 18 de julio de 2025


Llegaban los peones fatigados por el trabajo de romper los bloques arrancados por el barreno, de cargar los pedruscos en las vagonetas, de arrastrarlas hasta el depósito de mena y volverlas á su primitivo sitio.

Pero ya se podía preguntar por él, lo mismo al gobernador de Bilbao que al último pinche de Gallarta: nadie se mostraba insensible ante su nombre. Desde lo alto del Triano se veían minas y más minas, ferrocarriles con rosarios de vagonetas, planos inclinados, tranvías aéreos, rebaños de hombres atacando las canteras: de él, todo de él.

Sólo quedaba el pedrusco férreo, el terrón rojo, la tierra codiciada por el hombre, que parecía haber ardido con interna combustión. A trechos quedaban algunos jirones de suelo verdeante. Crecía la hierba allí donde se amontonaban las vagonetas volcadas, las plataformas carcomidas, delatando una explotación abandonada.

Un día, las vagonetas, al chocar unas con otras, aplastaban á un obrero: otro día saltaban de los rieles al bajar por el plano inclinado cayendo sobre un grupo encorvado ante el trabajo, que no recelaba la muerte traidora que llegaba á sus espaldas: los barrenos estallaban inesperadamente abatiendo los hombres como si fuesen espigas; llovían pedruscos en mitad de la faena, matando instantáneamente; y por si esto no era bastante, había que contar con los navajazos á la salida de la taberna, con las riñas en la cantera, con las disputas en los días de cobro, con la feroz acometividad de aquella inmensa masa ignorante y enfurecida por la miseria, en la cual vivían confundidos los que al salir de los penales de Santoña, Valladolid ó Burgos no encontraban otro camino abierto que el de las minas de Bilbao, en las que se necesitaban brazos, y á nadie se preguntaba quién era y de dónde venía...

Corrían por las vías de los descargaderos las vagonetas repletas de hierro y al llegar al punto más avanzado inclinábanse como si quisieran arrojarse al agua, soltando en los vientres de los buques su rojo contenido. Las dos riberas de la ría estaban en continua función, vomitando y absorviendo; entregando el mineral de sus montañas y apoderándose del carbón extranjero.

Ha llegado la hora de las grandes reivindicaciones. La sociedad tendrá que dejarles un puesto a los millonarios, y si no lo hace, yo, millonario, dimitiría. Cuando un hombre, en Bilbao, dice que necesita vagonetas, esto no significa necesariamente que ese hombre necesite vagonetas. A lo sumo, las vagonetas las necesita un amigo de un amigo de un amigo suyo.

En el fondo de las grandes cortaduras de las canteras, corrían sobre los rieles lijeramente tendidos, las vagonetas de mineral, tiradas unas por caballos, empujadas otras por hombres. Veíanse grandes plataformas de madera, planos inclinados por los cuales resbalaban los vehículos amarrados á una cadena sin fin.

Y cuando otro hombre, en el mismo Bilbao, le ofrece vagonetas a la gente, esto tampoco implica el que ese hombre tenga muchas vagonetas en su poder, sino que conoce a un señor, el cual, por medio de otro señor, sabe de un tercer señor que quiere vender vagonetas.

La vía automática de una compañía extranjera deslizaba en un espacio de varias leguas sus vagonetas, que parecían seres animados. Los vehículos rodaban en dos filas, en opuestas direcciones, cabeceando lentamente como bueyes sumisos, siguiendo su camino en línea recta, encontrando un puente sobre cada abismo y atravesando las alturas por túneles pendientes que los devoraban.

Y así ocurre el que unos hombres que no necesitan vagonetas absolutamente para nada se pasen la vida comprándoles vagonetas a otros hombres que no las tienen. Y quien habla de vagonetas, habla de traviesas. Y quien habla de traviesas, habla de clavos. Y quien habla de clavos, habla de brea. Y quien habla de brea, habla de barcos. Y así sucesivamente.

Palabra del Dia

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