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Con voz amenazadora hizo memoria de un pasaje clásico bien conocido del profesor. Su homónimo el viejo Ulises, al volver á su palacio, había encontrado á Penélope rodeada de pretendientes, y acababa con ellos colgándoles de una escarpia por la parte más viril y dolorosa.

Ciertas ficciones poéticas parece que tienen entonces realidad, y se cree en el dudain, que buscaba Raquel harta de ser estéril; en el loto, que hacía olvidarse de todo a los compañeros de Ulises; y en el nepentes, que alegraba el alma, y que dio a Telémaco Elena.

Y como si el demonio austral sólo esperase este tributo, cesó el viento Oeste, el buque no tuvo ante su proa la infranqueable barrera de un mar hostil, y pudo entrar en el Pacífico, anclando doce días después en Valparaíso. Ulises se explicó el grato recuerdo que deja este puerto en la memoria de los navegantes.

Al principio de la comedia se presentaba un navío grande, dorado, con gallardetes, de Ulises y sus compañeros. En una chalupa de este buque se embarcaban algunos de los viajeros para recorrer la isla.

Paco Gómez, fecundo en trazas más que Ulises, había escrito a algunos amigos de León tiempo atrás invitándoles a disponer una cencerrada para cuando Granate y su esposa pasasen por allí. La colonia de Lancia, que es numerosa en León, secundó admirablemente los planes de su paisano. Todo lo tenían preparado. Sin embargo, estos preparativos no hubieran servido de nada sin la traición de Manuel Antonio, que al llegar a Lancia notició secretamente a Paco lo que pasaba.

Al verse solo en este compartimiento, que llevaba hacia Nápoles las huellas y el perfume de la ausente, Ulises se sintió desalentado, como si viniera de un entierro, como si acabase de perder un sostén de su vida. Se presentó á bordo del Mare nostrum lo mismo que una calamidad.

Así como los compañeros de Ulises se encuentran encadenados por la belleza de Circe, y por su isla, semejante al Paraíso, así también el lector se siente adormecido por las alas del deleite, creyéndose trasladado á una isla maravillosa, desde la cual ve, en lo profundo, á la mar azulada ó á sus riberas encantadas formando graciosas bahías, y á sus suaves colinas, que parecen respirar amor.

-También pudieran callarlos por equidad -dijo don Quijote-, pues las acciones que ni mudan ni alteran la verdad de la historia no hay para qué escribirlas, si han de redundar en menosprecio del señor de la historia. A fee que no fue tan piadoso Eneas como Virgilio le pinta, ni tan prudente Ulises como le describe Homero.

, orgullo, porque creaciones tan fastuosas como esta, nos inspiran el sentimiento de la emulacion, casi de la envidia. ¡Cuántos hombres no escalarían la tierra, si pudiesen, para hallar luego un trono en este palacio! Aquí pensamos en el sitio de Troya, en Aquiles y Ulises, en Hector y Eneas; aquí no pensamos en Providencia, ni los ángeles, ni en bienaventuranza.

Su hijo Ulises se aburría en la iglesia obscura y casi desierta, siguiendo los monótonos incidentes de una misa cantada.