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Actualizado: 31 de agosto de 2025
Á los demás añadió el Tuerto con voz trémula y muy conmovido, no he vuelto á verlos hasta la hora presente. Como la lancha había quedado entre dos aguas, tuve la suerte de agarrarme á ella; pero ese infeliz se vió sin otro amparo que sus remos naturales, y no era poco, porque, á saber anadar, no hay merluza que le meta mano.
El mismo Almirante contaba a sus amigos cómo en los puertos de la Península había encontrado viejos marineros que navegando hacia Poniente columbraron señales indudables de nuevas tierras. En Puerto de Santa María había hablado con un «marinero tuerto» que, cuarenta años antes, en un viaje a Irlanda, alejado de esta isla por el mal tiempo, vio una gran tierra que imaginaba fuese la Tartaria.
Vámonos pa bajo.... Y cuidao con que te vengas al Muelle detrás de mí, que no tengo ganas de perendengues; y cuanto más solo esté uno, mejor.... Así como así, estoy yo tan sastifecho, que si me descuido con la escotilla se me va el alma de la bodega, ¡puño!... Andando, hijos míos.... Y el desventurado Tuerto se bajó para coger al menor de los muchachuelos, que le miraban llorando.
El Tuerto, que iba materialmente embutido entre las dos ballestas traseras del carro, era el único que recordaba un poco lo que él mismo había sido antes.
Aquellos bigotes terribles no servían, en realidad, más que para que todo el mundo se subiese a ellos: y el más encaramado de todos era Miguel, a quien su padre no sabía negar nada, que hacía cuanto se le antojaba, fuese tuerto o derecho, y que con su mala educación daba pie a que se dijese lo que su tío le había dicho aquella tarde.
La aludida casa está separada de la en que escribo, por la calle, que no es muy ancha; y mis vecinos, lo mismo en invierno que en verano, saldan todas sus cuentas y ventilan los asuntos más graves, de balcón á balcón. Por ejemplo: Se acerca un día la hora de comer. En la buhardilla del Tuerto se oyen gritos y porrazos de su mujer, y lloros y disculpas de los chiquillos que los reciben.
En el acto segundo había un desafío entre el Señor de Oña y Estoiquiz, el tuerto, Señor de Orduña.
En esta lancha había hasta una docena de hombres vestidos de igual manera que el Tuerto; y también como él llevaba cada cual un pequeño lío de ropa al brazo.
Sin calmarse un momento la agitación de la gente de tierra, los marineros que aún quedaban en ella fueron poco á poco pasando á la lancha: el último entró el Tuerto, después de haber dado un estrecho abrazo á su padre y á su vecino, que le acompañaron hasta la orilla. Nada quedaba de común, sino el corazón, entre los embarcados y la gente de tierra.
Orcan fué condenado á pagarle una fuerte cantidad de dinero, y á restituirle su muger; pero el pescador, que se habia hecho hombre cuerdo, no quiso mas que el dinero. La hermosa Semira no se podia consolar de haberse persuadido á que hubiese quedado Zadig tuerto, ni se hartaba Azora de llorar por haber querido cortarle las narices.
Palabra del Dia
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