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Actualizado: 17 de junio de 2025
Benedicta miraba al pretendiente con el mismo fastidio que a mosquito de trompetilla, y no atreviéndose a darle calabazas como melones, recurrió al manoseado expediende de hacerse archidevota, tener padre de espíritu y decir que su aspiración era a monjío y no a casorio.
Exclamaciones, interjecciones, gritos y risas se cruzaron de un lado a otro; pero las risueñas estaban en minoría: dominaban las espantadas. Una vieja medio sorda se hizo una trompetilla con ambas manos, creyendo que sus oídos la engañaban. ¡Ave María de gracia! ¡En mi vida tal oí! ¡Abrir la barriga! No sería en tierra de cristianos, mujer. ¿Y eso fue a los pobrecitos civiles? interrogó la sorda.
Estaba completamente sordo, teniendo que auxiliarse de una trompetilla para recoger algunos sonidos; su inteligencia sufría eclipses, y la memoria se le perdía en ocasiones casi por completo, quedándose en la tristeza del instante presente, sin ayer, sin historia, como si cayera de una nube en mitad de la vida, a la manera de un bólido. Sus distracciones eran ya puramente pueriles.
Había vivido algunos años en las islas Filipinas, y allí se había granjeado reputación de sabio entomólogo y se le atribuía el descubrimiento de varias familias de insectos: la musca magallanica, mosca como la de aquí, sólo que reside en el archipiélago magallánico; el draco furibundus, especie de mosquito de trompetilla; formica cruenta, hormiga que pica, y otras bestezuelas domésticas.
Completamente ido de la cabeza... manicomio. ¡Que no come! Al manicomio... que le van a poner en Leganés... ¡Ah! ¿Y doña Lupe? Ella y yo... Fortunata hizo con sus dos dedos índices un signo muy expresivo, poniéndolos punta con punta. Habéis reñido... ji ji ji... ¡Qué cosas! Doña Lupe muy lagarta... El gatito que se había subido en el hombro del señor, estaba muy preocupado con la trompetilla.
El rico chueta avanzaba los labios, poniéndolos en forma circular como la boca de una trompetilla, y aspiraba el aire con ruido fatigoso. Como todos los enfermos, sentía la necesidad de hablar, y sus palabras eran interminables, entre balbuceos y largos descansos que le dejaban con el pecho jadeante y los ojos en alto, cual si fuese a morir asfixiado.
Aquí le sucedió un caso digno de saberse: Ofreciósele un día hacer una trompetilla por si acaso venía á confesarse algún sordo, cuando poco después de venir á su aposento, entró en él un hombre doliéndose mucho de que no se podía confesar á gusto por falta de oído; consolóle el Padre, diciéndole que tenía un instrumento para oir con facilidad.
Al ver entrar a su amiga, el inválido puso una cara muy risueña. Todos los sentimientos los expresaba ya riendo. La mandó sentar a su lado, y aun quiso seguir en su solaz inocente; pero tuvo que suspenderlo para coger la trompetilla. Fortunata cogió en sus manos uno de los gatitos para acariciarlo.
Para hacerle comprender mejor que con largas explicaciones algo de lo que ocurría, sacó la inscripción, que llevaba dentro de un sobre y este envuelto en un papel. «¿Qué es eso, la inscripción? dijo el anciano riéndose más ¿Pues qué... ji ji ji... ha habido rompimiento con ese bendito?...». Y se puso la trompetilla en la oreja para coger con ella la respuesta.
Palabra del Dia
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