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Actualizado: 1 de junio de 2025
La tripulación china, que los había abandonado vilmente en el momento en que iban a emprender la persecución de los salvajes para recobrar las calderas, no estaba a bordo del junco. Todos habían desembarcado, y estaban dispersos entre las tiendas, los depósitos de trépang y las hornillas; ¡pero en qué estado!
La carga y descarga de artículos de comercio y los tratos y contratos que tuvo que hacer el señor Gastón Vandenpeereboom fueron la causa de tales estadías. Llegó al fin el momento de continuar el viaje. Era una hermosa tarde de otoño, víspera de la salida. Morsamor, Tiburcio, las damas y toda la tripulación estaban a bordo.
Ningún suceso extraordinario había venido a turbar los trabajos de la tripulación del junco; la pesca seguía siendo abundante, y parecía que aquella bahía, desconocida de los otros pescadores, era inagotable, pues los moluscos seguían siendo abundantísimos, a pesar de la persecución de que eran objeto.
Al alcance del brazo de la tripulación permaneció el tiburón más de media hora, recibiendo en la cabeza en ese espacio de tiempo un sinnúmero de golpes con hachas y espeques. El que no haya presenciado la muerte de un tiburón, no puede comprender el gran principio de irritabilidad y fuerza vital que posee su organismo.
Una noche tempestuosa su buque naufragó en el mar de Coral, junto a la costa australiana, y de los veinte hombres que componían la tripulación, sólo él y el viejo Van-Horn pudieron salvarse en un madero. No se desanimó por aquella desgracia, aunque fué para él un desastre.
Acto continuo comenzó el trasbordo a la escasa luz del crepúsculo, lo cual no era cosa fácil, habiendo precisión de embarcar cerca de trescientos heridos. La tripulación sana constaba de unos quinientos hombres, cifra a que quedaron reducidos los mil ciento quince individuos de que se componía antes del combate.
La noche estaba más negra que un barril de chapapote; pero como el tiempo era bueno, no nos importaba navegar a obscuras. Casi toda la tripulación dormía: me acuerdo que estaba yo en el castillo de proa hablando con mi primo Pepe Débora, que me contaba las perradas de su suegra, y desde allí vi las luces del San Hermenegildo, que navegaba a estribor como a tiro de cañón.
Amotinada en el Callao a los gritos de ¡Viva el rey y muera su mal gobierno! la tripulación de los navíos Septentrión y Astuto, por retardo en el pagamento de sueldos, el virrey enarboló en un torreón la bandera de justicia, asegurándola con siete cañonazos.
Una armada de ciento veinte navíos de alto bordo se aprestó en el puerto de Laredo, embarcándose en ella quince mil hombres de guerra no incluyendo la tripulacion.
La tripulación no tardó en amotinarse, desplegando nuestro héroe con tal motivo un terrible heroísmo, indomable, bárbaro. Hizo poner grillos á su compañero, proclamándose jefe único, al paso que los recalcitrantes eran apuñaleados, degollados, desollados vivos. Y en medio de todo eso sonó la voz de «¡naufragio!» y se perdieron algunos barcos.
Palabra del Dia
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