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Actualizado: 13 de octubre de 2025
Pocos sabían como él despertar el buen humor en las tertulias, hablar con donaire de las mil frivolidades que constituyen el encanto de la buena sociedad. «Mi fuerte y mi recurso supremo para extasiar a las tertulias solía decir con ironía, es el teatro Real.» Porque entonces, como ahora, la conversación amena por excelencia en Madrid era la de la ópera, y aquél era tenido por hombre más discreto y agradable quien proporcionase en las reuniones datos más fidedignos acerca de la vida privada de los tenores y barítonos.
A pesar de esta pobreza, el maestro de capilla tenía cierta elegancia. Su cabello, demasiado crecido para la costumbre eclesiástica, se ensortijaba en la cúspide del cráneo. La manera arrogante con que plegaba el manteo en torno de su cuerpo hacía recordar la capa de los tenores de ópera.
»La disparidad de opiniones más absoluta acompañará el recuerdo de tu nombre durante treinta ó cuarenta años, porque tu nombre, como el de los tenores y el de los cómicos, vivirá nada más lo que vivan las personas que te conocieron. «Sirvió al progreso humano», dirán algunos acordándose de tus flotas de buques mercantes y de las vías férreas con que surcastes los desiertos. «Era un bandido», afirmarán otros pensando que por cada kilómetro de rieles colocados llenaste un cementerio de trabajadores. «Fué un monstruo, que para ganar sus riquezas sacrificó más vidas humanas que un conquistador.» Y todos tendrán razón, todos dirán la verdad; porque lo que hay más divertido en la vida de los hombres es que todos ellos hablan de la verdad, de la verdad absoluta é indiscutible, ignorando que esta verdad absoluta no es mas que un ensueño y que siempre habrá tantas verdades como intereses.... Acuérdate de esto y sigue tu camino.
Cuando se tropezaban en la puerta, D. León le miraba desde lo alto de su clasicismo y le decía sonriendo: bon jour monsieur, con acento que rebosaba de ironía. «Estos franchutes, decía al tiempo de sentarse, son todos afeminados; no sirven más que para tenores y bailarines.» Amaba la virilidad y la energía en sus discípulos y gustaba de que tuviesen rasgos de independencia, aunque fuese a expensas de la disciplina: cuando un muchacho sufría impasible los golpes y se negaba por terquedad a ejecutar cualquier cosa, esto era lo que le encantaba a don León. «¡Bien, hombre, bien! exclamaba, así me gusta; los hombres no deben llorar aunque se vean con las tripas en la mano; has faltado a la obediencia pero has sufrido el castigo con entereza; a tí no te hubieran arrojado en Esparta de la roca como a otras mujerzuelas que hay en la clase!» Y echaba miradas de soberano desdén a ciertos individuos.
Palabra del Dia
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