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Actualizado: 14 de mayo de 2025


Las llamas habían subido ya por la pared y habían empezado a cebarse en la techumbre que crujía y amenazaba desprenderse a pedazos. Tiburcio pasó impávido por la cámara. En pos de él pasó Miguel de Zuheros.

Dos horas antes de que amaneciese, Morsamor y Tiburcio se pusieron al frente de los aventureros que habían traído, los sacaron de aquel a modo de encierro en que se hallaban, y guiados por dos jóvenes brahmanes, caminaron largo rato por un extenso pasadizo del subterráneo hasta llegar a un punto donde había una fortísima compuerta de madera y de hierro, horizontalmente colocada en la techumbre, hasta la cual se subía por una escalera de piedra.

Todo cuanto dice, se reduce á lo siguiente. «No es para omitir la antigua fábrica del castillo ó fortaleza que hay fuera de los muros de esta ciudad, que llaman la ALJAFERÍA. Se conservan en él varias salas del tiempo de los reyes de Aragon, entre las cuales es muy particular la mas grande por sus labores de oro y azul, anditos y techumbre, destinada como es de creer para celebrar funciones.

Un coro central en mala hora concebido, interrumpe el cuerpo del edificio, quitándole mucho de su majestad, y, exceptuando algunos relieves de un hermoso frontispicio-altar do mármoles soberbios, solo llama la atencion por sus dos órganos colosales, cuyos tubos parecen querer penetrar la techumbre para lanzar al cielo sus solemnes melodías.

Sólo les separaba de él una cortina sutil e impenetrable, que cayendo desde la techumbre hasta el suelo, semejaba el velo de un lugar sagrado. Ninguno se atrevió a descorrerla, y absortos de estupor, febriles de impaciencia, esperaron, fija la vista en los amplios pliegues que ponían estorbo a sus deseos.

La primera es admirable por sus mosáicos primorosos, y contiene entre mil arabescos los símbolos sencillos de la religion mahometana. La de los Reyes, obra de imitacion, contiene maravillas de escultura oriental en sus estucos, su techumbre de yeso y colores á estilo de la Alhambra, y sus arabescos finísimos.

Cuando años después vio Gabriel las galerías altas, los «telares» de un escenario, se acordó de las bóvedas de su catedral. Caminaban a través del bosque de postes carcomidos que sostenía la techumbre, por senderos angostos, entre las cúpulas de las bóvedas que hinchaban el suelo como blancos y polvorientos tumores.

La techumbre de la cocina ostentaba como remate una tinaja rota, que servía de chimenea. El almacén exhalaba un hedor de polvo, huesos en putrefacción y ropas corrompidas, junto con ese vaho indefinible de las casas viejas largamente cerradas. Un zumbido de moscas pegajosas vibraba en la obscura profundidad de las chozas.

Sobre la rota techumbre de paja, si algo se veía era el revoloteo de alas negras y traidoras, plumajes fúnebres de cuervos y milanos, que al agitarse hacían enmudecer los árboles cargados de gozosos aleteos y juguetones piídos, quedando silenciosa la huerta, como si no hubiese gorriones en media legua á la redonda.

Hácia la parte de la sala de los mármoles, en la techumbre se habia hecho una invencion de grande espectáculo á manera de cielo estrellado, que tenia diversas gradas, y en ellas habia diversos bultos de Santos con palmas en las manos, y en lo alto estaba pintado Dios Padre en medio de gran muchedumbre de serafines, y oíanse voces muy buenas, que con diversos instrumentos de música, entonaban muchos villancicos y canciones en honra y alabanza de aquella fiesta.

Palabra del Dia

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