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Actualizado: 5 de agosto de 2024


Fragoso quedó encantado de aquella brusca energía de nervios y músculos que no recordaba más, y subió a su memoria el recuerdo del viejo combate con la irara; era la misma mordida sobre la cruz: un golpe seco de mandíbula, y a otra rata.

«¡Ay, D. Francisco! le dijo otra en el número 11, tenga los jeringados cincuenta reales. Para poderlos juntar, no hemos comido más que dos cuartos de gallineja y otros dos de hígado con pan seco.... Pero por no verle el carácter de esa cara y no oirle, me mantendría yo con puntas de París.

He visto también, junto á un lago, unos montones de excremento seco tan altos como mi persona, que no podían ser de ningún animal conocido... Y mi sabio callaba cuando yo le hacía preguntas, como un hombre que no se decide ni por unos ni por otros. ¡Quién sabe lo que hubiéramos visto si seguimos allá más tiempo!

Para la suya dexaron algunos en seco, para que quando fuese menester pudiese salir y escaramuzar por lo enjunto y firme; sucedióles bien la traza, porque el Duque al otro dia vino con todo el exército, tan poderoso, que fué ocasion, de su descuido en advertir los ardides del enemigo, y les pareció que solo el lucimiento de sus armas y galas bastaba para humillar sus enemigos.

En el ancho soportal de una de las casas que adornan este lóbrego paisaje, y sobre una pila de junco seco, están dos chicuelos tumbados panza abajo y mirándose cara á cara, apoyadas éstas en las respectivas manos de cada uno.

El palo seco era doña Camila. El encierro y el ayuno fueron sus disciplinas. Ana que jamás encontraba alegría, risas y besos en la vida, se dio a soñar todo eso desde los cuatro años. En el momento de perder la libertad se desesperaba, pero sus lágrimas se iban secando al fuego de la imaginación, que le caldeaba el cerebro y las mejillas.

Detrás de una de ellas, al lado izquierdo del pasillo, oyeron un ruido seco y monótono; el loco que llamaba a las puertas se entregaba infatigablemente a su ocupación predilecta. ¡Llama! dijo Pomerantzev a San Nicolás, sin levantar la cabeza. ¡Llama! respondió el otro, sin levantar la cabeza tampoco. ¡Muy bien! ¡, muy bien! confirmó San Nicolás.

Y el joven, conmovido con sus propias palabras, sollozando perdidamente, cubrió de besos y lágrimas la mano que tenía cogida. Cecilia se puso fuertemente encarnada primero; después pálida, y dijo en tono que resultó un poco seco: Deja, deja. Retirando al mismo tiempo la mano con presteza.

Las flotas de barcas permanecían en seco, se cerraban los talleres, ya no humeaba la olla, los caballos de la gendarmería cargaban contra la muchedumbre protestante y famélica, la oposición gritaba en las Cámaras y los periódicos hacían responsable de todo al gobierno.

¡Es muy raro, muy raro, muy raro! se repitió estúpidamente Benincasa, sin escrudiñar sin embargo el motivo de esa rareza. Como si tuviera hormigas... la corrección concluyó. Y de pronto la respiración se le cortó en seco, de espanto. ¡Debe de ser la miel!... ¡Es venenosa!... ¡Estoy envenenado!

Palabra del Dia

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