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Y la que le dirigía levantó por el costado derecho su saya azul, metió la mano en una anchísima faltriquera que apareció encima del refajo encarnado, sacó cuatro piezas de á dos cuartos, y las arrojó sobre la mantilla. En la misma operación la siguieron otras compañeras y algunos hombres; y en muy pocos instantes quedó la mantilla medio cubierta por las monedas de cobre.

Sacó luego Dorotea de su almohada una saya entera de cierta telilla rica y una mantellina de otra vistosa tela verde, y de una cajita un collar y otras joyas, con que en un instante se adornó de manera que una rica y gran señora parecía. Todo aquello, y más, dijo que había sacado de su casa para lo que se ofreciese, y que hasta entonces no se le había ofrecido ocasión de habello menester.

A entrambos se los cumplió Costanza, saliendo de la sala de su amo, tan hermosa, que a los dos les pareció que todas cuantas alabanzas le había dado di mozo de mulas eran cortas y de ningún encarecimiento. Su vestido era una saya y corpiños de paño verde, con unos ribetes del mismo paño.

Pues si a mano viene me pondré el mejor día a cuidar y limpiar y revolver los enfermos más podridos, y me vestiré una saya, y recogeré niños que no tengan padres, que de eso y de mucho más soy yo capaz... ¡Vaya con la mona del Cielo! Ea... no venga acá vendiendo mérito... ¡Y ángel me soy! Pues para que lo sepa, también yo, si me da la gana de ser ángel, lo seré, y más que usted, mucho más.

Se comerciaba a gritos. A cada instante estallaba una gresca. Oíase el continuo rumor soñoliento de tornos y telares, semejante al de populosa plegaria en alguna mezquita. Los hombres vestían casi todos a la española; algunos llevaban gregüescos de lienzo, como la gente de mar. Las mujeres, saya de colores aldeanos y juboncillo corto.

Petra se le presentó vestida de aldeana, con una coquetería provocativa, luciendo rizos de oro sobre la cabeza, el dengue de pana sujeto atrás, sobre el justillo de ramos de seda escarlata muy apretado al cuerpo esbelto; la saya de bayeta verde de mucho vuelo cubría otra roja que se vislumbraba cerca de los pies calzados con botas de tela. Estaba hermosa y segura de ello.

Capítulo XXVII. De cómo salieron con su intención el cura y el barbero, con otras cosas dignas de que se cuenten en esta grande historia No le pareció mal al barbero la invención del cura, sino tan bien, que luego la pusieron por obra. Pidiéronle a la ventera una saya y unas tocas, dejándole en prendas una sotana nueva del cura.

Después de las primeras preguntas y los primeros saludos, Priscila se volvió hacia Nancy y la contempló de pies a cabeza; después la hizo dar media vuelta para convencerse de que, vista de espaldas, estaba igualmente irreprochable. ¿Qué pensáis de estos vestidos, tía Osgood? dijo Priscila, mientras Nancy la ayudaba a quitar la saya.

El traje, aunque varía según la localidad, guarda relación en los detalles generales. En Mindanao los hombres usan camisa partida, pantalón ancho y pañuelo en la cabeza arrollado en forma de turbante; las mujeres visten de blanco, llevando una especie de saya que llega poco más abajo de la rodilla.

Dos horas fuimos hablando, y en ellas me contó Ninay, con una encantadora naturalidad, una verdadera serie de superfluidades para , pero que constituían para ella un mundo. Me habló de su cocal, de la saya que tenía preparada para el baile, de la peineta de su amiga Chichay, del imbay del Moro y del Rosillo, y por último de su novio.