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Actualizado: 29 de junio de 2025


A pesar de conocer a Orense y haber estado en Santiago cuando niño, discurría y fantaseaba a su modo lo que debe ser una ciudad moderna: calles anchas, mucha regularidad en las construcciones, todo nuevo y flamante, gran policía, ¿qué menos puede ofrecer la civilización a sus esclavos?

En el año de 1540 mandó Pizarro otra expedición bajo el mando de su intendente de ejército, Pedro de Valdivia, el cual tuvo mejor éxito que su predecesor Almagro y pudo avanzar hasta el sitio actual de Santiago. Allí fundó la ciudad que es ahora la capital de la república.

Bien quisiera don Juan vestir de manera que la ropa favoreciese su buen talle; alguna vez imaginó verse engalanado con capotillo de terciopelo negro, esmaltado por la venera roja de Santiago, gregüescos acuchillados de raso, calzas de seda, zapatos de veludillo, chambergo de plumas, con su joyel de pedrería, guantes de ámbar, espada de taza y lazo, y escarcela, bien preñada de doblas: pero no siendo carnaval todo el año, se ha resignado a usar prosaicos pantalones de patén, levitas de tricot y americanas de chiviot, conservando como único elemento práctico de otros tiempos las monedas de oro que lleva en el bolsillo del chaleco, por cierto en abundancia, aunque parezca inverosímil.

Día a día, cada vez más alerta, visitaba Ramiro el arrabal de Santiago. El temor del peligro le había dejado para siempre desde los primeros años de mocedad. Consideraba ahora, con fatalista desenfado, la propia vida y la ajena. El orgullo de su misión vino a duplicar su ardimiento. Era un agente de Su Majestad, portador de grave secreto de gobierno.

Algunas veces se declararon en Santiago epidemias muy serias, y el Apóstol no daba abasto haciendo milagros. Fue entonces cuando se inventó el botafumeiro, «rey de los incensarios», como le llama Víctor Hugo. El botafumeiro no fue en sus orígenes un objeto litúrgico, sino, sencillamente, un aparato de desinfección. Lo cargaban con incienso porque todavía no existía el ácido fénico.

Y no solamente estas cuatro, sino tambien la que es hoy parroquia de Santiago, donde se observa el mismo estilo decorativo que hemos ligeramente bosquejado.

Y se precipitó por la escalera que conducía a la cala silbando un motete. ¡Pero exclamó el desgraciado Santiago, trémulo y aturdido , yo no he dicho que...!

A Miguel Diaz 14 ducados por una danza de espadas. A Juan Jiménez, zapatero, 20 ducados por la danza de los gitanos. A Cristóbal de la Cruz 20 ducados por la danza de los galanes. A Melchor de San Miguel 200 rs. por la danza de los salvajes. A Luis Diaz, Dorador, 35 ducados por el carro de La Viña del Señor. A Diego de Santiago 20 ducados por una danza de moriscos.

En treinta años que llevo á bordo no me he visto en lance igual. ¡Los santos del cielo se apiaden de nosotros! Y muy particularmente confío yo en la protección del gran Santiago, en cuyo día hago voto de comerme otra carpa, además de la prometida ya para todos los días de vigilia del año....

Y ¿para qué? exclamaba el pobre don Santiago, devorándose las lágrimas y paseando maquinalmente alrededor de su cuarto, con las manos en los bolsillos del pantalón, y el gorro de panilla azul caído sobre el entrecejo.

Palabra del Dia

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