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El espíritu hastiado de Martholl por la vida fácil que había llevado siempre, encontraba un encanto nuevo en el estudio de aquella alma pura y sana de la joven. Hasta entonces no había pedido al amor más que una embriaguez ligera y un sueño dulce. Jamás esta pasajera impresión había dejado en su cerebro y en su corazón otra huella que el recuerdo de un placer momentáneo.

En rigor, pudiera arrastrar conmigo tu cuna como las pobres «reliquias» de mi madre, pero no su tumba; y cuando se baja la cuesta de los cincuenta años los muertos atraen más aún que los vivos. Gracias a Dios, tía Liette, como decías hace un momento, estás buena y sana, y yo, que no vivo con mis recuerdos, desearía otra compañía.

¿Hemos cambiado algo de entonces a la fecha? Hemos cambiado en frágiles apariencias; la entraña de nuestro pueblo es la misma. Es preciso algo más hondo y más eficaz: es preciso llevar al pueblo la seguridad de una vida sana y placentera. Un pueblo pobre es un pueblo de esclavos. No puede haber independencia ni fortaleza de espíritu en quien se siente agobiado por la miseria del medio.

Ana todas las mañanas, por la fresca recorría la huerta y sacudía las ramas cargadas de cerezas acompañada de don Víctor, Pepe el casero y Petra; llenaban grandes cestas, forradas con hojas de higuera, de aquellos corales húmedos y relucientes; y la Regenta sentía singular voluptuosidad sana y risueña al pasar la finísima mano blanca por las cerezas apiñadas sobre la verdura de las hojas anchas y bordadas.

No, Fermín, mil veces no. Yo le convenceré cuando vuelva. »¿Que rezo poco? Es verdad. Pero tal vez es demasiado para mi salud. ¡Si yo dijera a Quintanar o a Benítez el daño que me hace, sana y todo, repetir oraciones!... Que en mis cartas no hablo más que de don Víctor y del médico. ¿Pero de qué quiere que le hable? »¿Que se acabó esto y se acabó lo otro...? No y no. No se acabó nada.

Á juicio de M. Mignet recreció la saña de Felipe II la aparición del libro de las Relaciones, que por toda Europa denunciaba sus perfidias y crueldades.

Si me he extraviado al querer subir a ellas, válgame para disculpa mi intención recta y sana.

Don Víctor, a quien los remordimientos, durante la recaída de su mujer, habían hecho jurar que hasta verla salva, sana, jamás se apartaría de ella, faltó al juramento en cuanto la creyó fuera de peligro.

7 mostrándote en todo por ejemplo de buenas obras; en doctrina haciendo ver integridad, seriedad, pureza, 8 palabra sana, e irreprensible; que el adversario se avergüence, no teniendo ninguno mal que decir de vosotros. 10 en nada defraudando, antes mostrando toda buena lealtad, para que adornen en todo la doctrina de nuestro Salvador Dios.

En resumen: franceses y españoles se habían destrozado unos a otros con implacable saña; pero al fin aquéllos creyeron prudente retirarse, como lo hicieron, no parando hasta Madridejos.