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Actualizado: 7 de julio de 2025


Al ver a Maltrana le dirigió una sonrisa de resignación, señalando al mismo tiempo con los ojos el término de la escalera, los salones, hacia los cuales marchaba siguiendo el fru-fru majestuoso de las faldas. Algunos pasajeros alemanes, vestidos de blanco con descuido matinal, subían a la cubierta de paseo y miraban un instante por las ventanas de los salones.

Siempre con la etiqueta de la alta sociedad, le condujo a algunos de esos salones en los que la gente era aceptada sin pruebas, pero no sin motivo.

Algunos se sentaron desde luego a jugar. Otros esperaron a que llegasen los compañeros de costumbre. No tardaron, en efecto, en poblarse entrambos salones.

Los navegantes de vuelta de África traían manojos de plumas de avestruz, colmillos de marfil, y estos tesoros y otros iban a adornar los salones de la casa, perfumados por misteriosas esencias, regalo de los corresponsales asiáticos.

Otras veces, echando atrás su hermoso busto, como si contemplara con la imaginación salones festoneados de rosas, en los que danzasen huecas faldas, pelucas empolvadas y tacones rojos, rozaba las teclas, haciendo sonar un minuetto de Mozart, vagoroso como un perfume elegante, cual la sonrisa de una boca de princesa, pintada y con lunares postizos.

Hubo gran agitación, de pronto, en los salones. Llegaban las personas reales. La muchedumbre se agolpó en las inmediaciones de la puerta. El duque, la duquesa, Clementina y Osorio bajaron la escalinata del jardín para recibirlas. La orquesta tocó la Marcha Real.

No aportan a las reuniones sociales más que un espíritu embotado por la preocupación de los negocios, y no buscan, al frecuentar los salones a la moda, sino un mercado donde aumentar sus relaciones. ¡Para escapar al contagio y permanecer entre la gente de su clase, les aseguro, hay que violentarse!

Nadie sabía de qué vivía: suponíansele algunas rentas. Frecuentaba todos los salones de algún viso de la corte y se sentaba a las mesas mejor provistas. Sus títulos para ello eran los de pasar por hombre de animada y chispeante conversación, ingenioso y agradable.

Para aumentar este prestigio y esta influencia y dar mayor realce a la riqueza y poderío de la casa, Amalia, que halló aquí medio de distraerse, abrió sus salones a la sociedad laciense, que hasta entonces había tenido siempre alejada; algunas visitas de cumplido y nada más.

Titulada Rosita, y más rica y boyante que nunca, sintió desenvolverse en su alma el amor más puro hacia las letras y las artes. Llamó a sus salones a los artistas y poetas, y se hizo una a modo de Lorenza la Magnífica o de Mécenas hembra.

Palabra del Dia

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