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Actualizado: 28 de mayo de 2025
Ese era su derecho, más aún, su deber. Todo la obligaba a ello, su juramento, el honor, la disciplina. Si la venganza salía ganando, mejor... Sordos murmullos y gritos confusos: ¡Ahí están! ¡Ahí están!
Si le objetaban que dominar ó vivir á costa de la ignorancia tiene otro nombre algo mal sonante y lo castigan las leyes cuando el culpable es uno solo, él se salía citando otras colonias. Nosotros, decía con su voz de ceremonia, ¡podemos hablar muy alto!
Dirigióse á la ventura á otra, pero al llegar á ella se abrió y salió una dama. El joven dió un paso atrás, y se quitó el sombrero. La dama que salía dió un ligero grito de sorpresa, y quedó inmóvil. ¿Qué hace este hombre aquí? dijo con la voz notablemente alterada. Perdonad, señora, pero... ¿Pero qué? exclamó con impaciencia la dama.
Principiaba con un lucidísimo acompañamiento que salia de la ALJAFERIA, dirigiéndose á la iglesia de la Seo donde el rey velaba las armas, volviendo despues con la propia solemnidad al mismo alcázar.
En mi tía Carmen no arraigó la murmuración ni halló tierra propicia la maledicencia, acaso porque a la nobleza de su alma repugnaba todo lo bajo y miserable. Por lo contrario, en todas ocasiones salía en defensa del ausente, desgarrado en su buen nombre por las tijeras del gremio solteríl.
¿Qué tal, eh? dijo una voz detrás de un tapiz. Miró Lerma al lugar de donde salía la voz, y vió que el tapiz se levantaba y que de detrás de él salía un hombrecillo. Aquel hombrecillo era el bufón del rey. Estuvieron mirándose durante algunos segundos el ministro y el bufón. Los ojos del tío Manolillo relumbraban como brasas. Sus mejillas no estaban pálidas, sino verdinegras.
El corazón me latía con loca presteza, pareciéndome tan desmesuradamente ensanchado, que experimenté la sensación de llevar dentro del pecho un objeto mayor que la casa en que estaba. Me tenté la espada, por ver si estaba en mi cintura, y probé si salía con holgura de la vaina.
Eran las nueve de la noche al notar la anterior bajada, enormísima al tener en cuenta las latitudes en que se verificaba. La luna salía á las diez menos cuarto. Tal situación no podía prolongarse. El estado en que se encontraba el barco admitía pocas horas de esperanza. La influencia de la luna había de resolver la situación.
Hallábame ya á más de un tiro de piedra de la choza, cuando oí detrás de mi precipitado y pesado paso; al mismo tiempo, un resuello gutural, casi un estertor, salía de aquel ser que me perseguía y me daba alcance. Volvíme y ví una pobre cretina, cuya papera, bazuqueada por la carrera, oscilaba pesadamente de uno á otro hombro.
Acudió luego toda la gente á apagar aquel que creían incendio; y registrando de dónde salía aquel humo, vieron que le arrojaba la tierra que estaba sobre el cuerpo de aquel desdichado; por lo cual echaron sobre él agua en grande abundancia, pero ¿qué sucedería?
Palabra del Dia
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