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Actualizado: 26 de octubre de 2025


Le echa la culpa de la ruina de Atenas y de todo lo malo que allí ha pasado, le niega el talento, le niega la elocuencia y le persigue con la misma saña que si le hubiera estafado. No tienen ustedes más que sacarle la conversación del olímpico, como él lo llama con sorna, y le verán ustedes deshecho.

Suspiró la bella indiana, porque se la representó que aquella tranquilidad de sueño no convenía, como ella hubiese querido, con las congojas y con la inquietud, de ella no conocidas hasta entonces, que de sus ojos habían ahuyentado el sueño; y acordándose de que le había encontrado dormido antes, cuando fue a sacarle del cuarto en que le había encerrado para ir a hablar con el familiar del Santo Oficio, se la apretó el corazón, y sobresaltose su vanidad, y fue necesario que se acordase de las amorosas razones y de las encendidas miradas de su amado, para que en alguna manera se la endulzase el amargor que en su alma había sentido.

Más de agradecer es esto que los donativos que hacen otras... quedándose muy abrigaditas en sus camas... porque esta es la verdadera caridad que sale del corazón... En fin, veo que su modestia se ofende, amiga mía, y no quiero sacarle a usted los colores a la cara. Gracias, gracias».

En cambio acostumbraba a propinarse cuantos remedios absurdos le aconsejaban las muchas mujerucas que acudían diariamente a su casa para sacarle los cuartos con viles e hiperbólicas adulaciones. Así, que no cesaron las fricciones de sebo de carnero, las tazas de hortelana, la enjundia de gallina, etc., etc.

¡Pero hombre!... ¡pero hombre! El joven no supo qué contestar y bajó la cabeza. Afortunadamente no fueron más allá las recriminaciones del cura. Inmediatamente comenzó a hablar de los medios de sacarle de la cárcel. Tenía su plan formado: ir a ver al juez y decirle quién era el reo y todo lo que había pasado. Y en efecto, así lo hizo.

Se encargó de sacarle aquella espina del corazón con otra mayor. Tres días después de la visita á D. César recibió carta de su cuñada Beatriz en que le noticiaba que su hija María había sufrido un vómito de sangre. El médico no le había concedido gran importancia, pero había manifestado que urgía llevarla á Panticosa á tomar sus aguas salutíferas. Esperaban por él para acompañarla.

El suyo y el de Mendoza formaban contraste notable, y quizá en esto consistiera aquella mutua simpatía que a entrambos los tenía sujetos: mientras Miguel tenía a todas horas suelta la llave de la conversación, a Mendoza había que sacarle las palabras del cuerpo con tirabuzón.

Eso es otra cosa: estos tienen más ciencia, porque curan al paciente sin sacarle palabra alguna... Pero tampoco es necesario, porque yo me curo a mismo. Y pidiendo una botella de ginebra, comenzó a beber copa tras copa, echando, en vez de dos, tres y hasta cuatro terrones de azúcar.

No sabiendo ya qué decirle, llegó hasta sacarle el ejemplo de Maximiliano, que llevaba con tan cristiana mansedumbre el cargamento de sus agravios. La diabla, al oír esto, se reía más, diciendo que su marido era un santo, un verdadero santo, y que si le canonizaban y le ponían en los altares, ella le rezaría y le escupiría.

Sus padres no pudieron nunca hacer carrera con él: le metieron en el colegio para quitársele de encima, y hubieron de sacarle porque no dejaba allí cosa con cosa. Mientras que sus compañeros más laboriosos devoraban los libros para entenderlos, él los despedazaba para hacer balitas de papel, las cuales arrojaba disimuladamente y con singular tino a las narices del maestro.

Palabra del Dia

mármor

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