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Actualizado: 20 de junio de 2025


Soy fanático admirador de la vida patriarcal y de los placeres del campo, de la poesía pastoril. ¡Lejos de el ruido del falso mundo, el seco afecto, el materialismo de la civilización! Como el venerable, tierno y sencillo poeta, «Vivir quiero conmigo, gozar quiero del bien que debo al cielo, á solas, sin testigo, libre de amor, de celo, de odio, de esperanza, de recelo».

Era necesario que las de Relimpio, con quienes vivía, le hablasen de cosas comunes, que fuese muy grande el trabajo y empezase muy temprano el ruido de la máquina de coser, o que su padrino, el bondadosísimo D. José de Relimpio, le contase algo de su vida pasada.

Se encuentra cascada, lago, isleta en medio con puentes rústicos, de un aspecto gracioso; chinescos, barquillas, circo y muchos espectáculos de varios géneros. Yo me interné hasta donde logré quedarme solo, sin oir otra cosa que el ruido confuso de los coches y el crugido del látigo.

Y en el arpa divina de Darío, ruido de encajes y frufús de seda, música de cinceles sobre el mármol y murmurio de risas y de gemas, canción de cisnes sobre el quieto estanque al paso de las "púberes canéforas", arpegio de violines cortesanos y vibración de cítaras helenas.

Cuando supo que el portugués tenía la misma pretensión, le entró una cólera terrible, y juró que le había de calentar las orejas al intérprete. Por la noche del segundo día debió cambiar el tiempo, porque el barco empezó a navegar, dando tumbos, y comenzó a llover. Se oía el ruido de la lluvia, que azotaba y repiqueteaba en la toldilla. Era una de esas lluvias de los trópicos, abundantes y densas.

Me acerco muy despacito.... El ruido seguía, dale que tienes. Me acerco más.... Ya no me cabe duda de que hay allí escondida una pieza. Armo..., apunto..., disparo.... ¡Pum, pum!... ¿Y qué creerá usted que maté, señor canónigo?». «¿Cómo demonios lo he de saber?

...Y yo oía la charla continua, en vascuence, de las amigas de mi abuela, y veía con desesperación el caer de la lluvia continua y monótona, y escuchaba el ruido de los chorros de agua que caían de los canalones a chocar en las aceras.

Muchas veces, cuando reinaba aquel silencio de biblioteca, en que parecía oírse el ruido de la elaboración cerebral de los sesudos lectores, de repente un estrépito de terremoto hacía temblar el piso y los cristales. Los socios antiguos no hacían caso, ni levantaban los ojos; los nuevos, espantados, miraban al techo y a las paredes esperando ver desmoronarse el edificio.... No era eso.

Bajó y se encontró en la calle; sola en la calle, sola en el mundo, sin asilo, el cielo encima, desolación en derredor, ni un rostro conocido, ¿A dónde iba? En el portal sintió ruido y volvió la cara: era el perro melancólico que la seguía.

¡Es muy hermoso el gran cuartel, con sus patios de anchas losas, sus ventanas bien alineadas, su población con gorra cuartelera, y sus galerías, bajo cuyos arcos se oye constantemente el ruido de las tarteras!... ¡Rataplán! ¡Rataplán!...

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